Análisis

Mientras miramos el contenedor

Hacía semanas que los socialistas querían reducirlo todo a una simple cuestión de orden público y grupúsculos de exaltados les han ayudado quemando contenedores

Quema de contenedores en Rambla Catalunya.

Quema de contenedores en Rambla Catalunya. / periodico

Andreu Pujol Mas

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La sentencia dictada el pasado lunes, aunque no fue inesperada, ha sacudido el escenario político. Las penas por haber organizado el mismo ejercicio democrático que se ha podido desarrollar con total normalidad en otros lugares del mundo occidental -pensemos en Escocia o en Quebec, solo por poner dos ejemplos- no se pueden asumir como el fruto del funcionamiento ordinario de la maquinaria judicial: hay un trasfondo ideológico en que a Junqueras, como organizador principal del referéndum, le caigan 13 años de cárcel y que, en cambio, Salmond viva en libertad y se haya podido retirar voluntariamente como cualquier otro hombre público de un país libre.

En medio de la campaña para las elecciones, el Gobierno español en funciones se limita a repetir la cantinela habitual basada en una concepción inmutable del statu quo, blandiendo una particular interpretación de la ley como excusa para no afrontar el problema político de fondo, que todavía está muy lejos de resolverse. Los discursos del PSOE y de Cs cada vez se acercan más y todo lleva a pensar que Sánchez quiere abrazarse a Rivera para desbloquear la aritmética del Congreso.

Hacía semanas que los socialistas querían reducirlo todo a una simple cuestión de orden público y antes de que pasara nada ya centraban el debate en la aplicación de medidas coercitivas como la famosa ley de seguridad nacional o el artículo 155. Grupúsculos de exaltados les han ayudado con la quema de contenedores y otras sandeces: mientras miramos el contenedor en llamas no nos fijamos tanto en los cien años de prisión impuestos a líderes pacíficos elegidos democráticamente. Todos sabemos, sin embargo, que no es este el talante del independentismo mayoritario, el que es capaz de movilizaciones masivas como las Marxes per la Llibertat, la huelga general de este viernes o el Tsunami Democràtic del lunes y que ha podido crecer en cada convocatoria electoral de los últimos años.

Está claro que en los actos vandálicos de estos días, además de la excitación testosterónica de unos cuantos indignados, quizá también tenga algo que ver el hecho de que Cuixart haya sido condenado a 9 años de prisión por haber llamado a la calma y a la serenidad aquel 20 de septiembre. Calma y serenidad que necesitaría el independentismo institucional si algún día quiere que se hagan realidad sus legítimos objetivos políticos a base de seguir creciendo y persistir en unas reivindicaciones más que razonables. En este sentido, la comparecencia del presidente Torra en el Parlament anunciando "ejercer el derecho de autodeterminación" antes de que finalice la legislatura no parece una ocurrencia muy reflexionada. El hecho de que no lo supieran ni los otros partidos independentistas ni los miembros de su propio Govern ya nos debería hacer sospechar de si verdaderamente hay una voluntad real de llevarla a la práctica o se trata solo de una maniobra propagandística sin más recorrido que tapar el expediente de "no aceptar" la sentencia.