GUERRA EN SIRIA
El juego de Erdogan
El presidente de Turquía pretende hacer de su país el nuevo polo del mundo islámico
Alfonso Armada
Periodista.
Afonso Armada
Con su novela 'Me llamo Rojo', el premio Nobel Orhan Pamuk labró un gran fresco sobre el esplendor y decadencia del imperio otomano. En él se incluye un poema tan osado como revelador: "Dice mi corazón indeciso que cuando está en Oriente quiere estar en Occidente/ y cuando en Occidente en Oriente (...) Quiero disfrutar por delante y por detrás,/ por Oriente y por Occidente".
Del mismo modo que Rusia ha tratado siempre de encontrar un camino propio entre Europa y las estepas, entre Occidente y su alma oriental, desde que el fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk, impusiera el laicismo, Turquía no ha dejado de debatirse entre dos imanes, como evidencian dramáticamente el poema de Pamuk y la ciudad de Estambul. Nacido en 1954 en el seno de una familia humilde, "Recep Tayyip Erdogan no es un presidente más en la historia de la República de Turquía", recalcan Andrés Mourenza y Ilya U. Topper en 'La democracia es un tranvía'. El ascenso de Erdogan y la transformación de Turquía (Península), acaso el mejor viático para acompañar el estremecedor nuevo capítulo que se abre con la ofensiva que las tropas turcas desencadenaron el miércoles contra las fuerzas kurdas, que han jugado un papel clave en la derrota del Estado Islámico en Siria.
Igual que Atatürk
Recuerdan Mourenza y Topper que Erdogan es la persona que acumula más poder desde los días de Atatürk, el padre de la patria, que relegó la religión a un papel secundario y "edificó un país laico con vocación de ser Europa". Tras 16 años en el poder (alcalde de Estambul, tres veces primer ministro, cabalga en su segundo mandato como presidente), "quiere ser Turquía y quiere que Turquía sea él". Después de que descarrilara el proceso de adhesión a la Unión Europea, se ha ido alejando de la ruta trazada por Atatürk: pretende hacer de su país "el nuevo polo del mundo islámico".
Erdogan ha sabido jugar sus cartas con la creación del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), una maquinaria engrasada con islamismo conservador pensada para atar a su líder al poder. Desde 1994, ha ganado todas sus citas electorales. Para por lo menos la mitad de los turcos es un bey mítico y paternal, gracias a un nacionalismo chovinista que le ha dado buen resultado, aunque han empezado a surgir grietas que amenazan su otomano palacio presidencial: el sospechoso intento de golpe de Estado del 2016 le permitió purgar la policía, el ejército, el funcionariado y la prensa (destaca como uno de sus principales depredadores) y, sobre todo, poner en el punto de mira a su antiguo aliado, el teólogo moderado Fethullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, al que acusa de alentar todas las conspiraciones para derrocarle.
Sus maniobras de gran prestidigitador no evitaron que Ekrem Imamoglu, del opositor Partido Republicano del Pueblo, se hiciera con la alcaldía de Estambul después de que Erdogan anulara la elección que suponía su primera gran debacle política. ¿El eterno enemigo kurdo es el chivo expiatorio para un experto en conjurar a la nación turca bajo un manto entretejido de islam y nacionalismo?
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