IDEAS

Al salir de clase

zentauroepp50052799 icult190925194755

zentauroepp50052799 icult190925194755 / periodico

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Vivíamos en pisos donde alfombrillas baratas protegían el nuevo parquet, el comercial del Círculo de Lectores era como un primo lejano de las misiones pedagógicas que aparecía una vez al mes, nos tragábamos conferencias en Planeta sobre nuevas enciclopedias para conseguir el despertador que regalaban y los sábados por la mañana el ruido de la aspiradora se sumaba con entusiasmo a los resolutivos arreglos 'makinolos' de los discos de Luis Cobos, porque, ¿sabéis?, en esta casa se escucha música clásica.

Todo eso, aunque no lo supiéramos, nos definía en términos de clase. Y nos pensábamos felices cuando algún domingo íbamos a pasar el día a los pinares que festonean la costa de Castelldefels. Allí se cocinaba en cámping gas, se apuntaban resultados del chinchón en revistas 'Semana', incluso (y quien los tenía casi se mareaba de orgullo al encenderlos) se veía 'Autopista hacia el cielo' en pequeños televisores conectados a la batería del coche. Cuando caía la tarde, algunos conductores daban bocinazos desde la carretera. Nosotros los saludábamos desde nuestras sillas plegables. "¡Hasta Lugo!", solía gritarles yo, siempre con tan poca gracia. Pensaba que nos tenían envidia. Me daban ganas de invitarlos.

Sobre el desclasamiento de una chica de barrio en 'Listas, guapas, limpias', la primera novela de Ana Pacheco

Solo años después, y ya en la 'uni', uno de los que iban en esos coches me lo explicó: esos bocinazos aparentemente alegres, emitidos desde coches de tres millones que regresaban de sus segundas residencias, eran recriminatorios. Según su relato, esos prados quedaban llenos de bolsas de basura cuando todas esas familias de inmigrantes levantábamos nuestros campamentos para (escuchando el 'Carrusel' y no a Luis Cobos, por suerte) volver a casa.

Cuando algunos de nosotros decidimos escribir, supimos que era de eso de lo que teníamos que hablar. No éramos los primeros y no solo por precedentes como Marsé, que también, sino por toda una tradición de héroes desclasados que subían los peldaños de la corte de cuatro en cuatro gracias a su talento. Novelas desde el siglo XVIII y hasta hace cuatro días donde el deseo, en todas sus acepciones, eyectaba a un personaje de origen humilde hacia arriba, aunque luego dictara su caída. Como zahorís que guían su vara ultrasensible (disculpen la metáfora fálica) en busca de oro.

Solo había que afinar el tiro, porque nosotros, nacidos en los ochenta, habíamos sido escolarizados en catalán, íbamos a la universidad, no habíamos pasado penurias. No sentíamos rabia, sino una fascinación inconcreta y llena de culpa por los que tenían más, se preocupaban menos y se movían mejor. Así que, mientras nos desclasábamos carcomidos por mil culpas pequeñas, la misión era enfocar a esa clase trabajadora que se miraba en un espejo favorecedor (como de probador de Zara) y se veía clase media. La única, pensaba yo, capaz de postergar el placer. Es decir, de comerse el bocadillo de Nocilla después del de mortadela. De ser cauta, avispada y aseada. Y de aparentarlo.

Resulta que cuando esa historia daba muestras de ser repetitiva, de caer en la flacidez del cliché, han venido a explicarla otras escritoras más jóvenes. Ellas no tienen tantas protagonistas de novela donde espejarse, así que lo que ofrecen tiene más valor. En 'Listas, guapas, limpias' (Caballo de Troya), de Anna Pacheco, hay figuritas de campesinos sobre la tele (en la mía, cestitas de peladillas de primera comunión; en la novela de Orwell eran aspidistras, esas tristes plantas), hay viajes en Seat Córdoba (Ford Orión, en mi caso), hay amigos de la 'uni' y amigos del barrio (añadiría los del pueblo) que sería imposible juntar en un mismo bar, hay la adolescencia como eso que se esfuma cuando tu plan favorito ya no es ir al Carrefour con tu madre (en mi caso, al Makro), hay vecinos a los que su familia llama "los gitanos" (como nosotros llamábamos "los portugueses" a los coches que volvían de vacaciones demasiado cargados, obviando nuestro maletero atestado de huevos, chorizos, una granja entera de pollos desplumados).

Pero hay mucho más que nosotros no explicábamos. También hay, en la novela de Pacheco, el íntimo código secreto entre abuelas y madres e hijas, algo que hemos aprendido últimamente en libros de escritoras como Vivian Gornick, Mary Karr o, más cerca, Elisa Victoria. Novelas autobiográficas, o en clave, más costumbristas que épicas. Más atentas a la contradicción que a la poética justicia (a veces impostada, no del todo sincera) del arribista. Al factor añadido de ser mujer y de barrio. Que no hablan solo de desear, sino también de ser deseada (de, por ejemplo, acostarte por primera vez con alguien de padres universitarios) y de las contradicciones que eso genera. Que, más allá del género, o gracias a él, ponen el acento no en aquello que se conquista, sino en aquello a lo que se renuncia.

Si escribir, decía Nabokov, es acariciar los detalles, Pacheco sabe escribir. Y escribe. Muy bien. Mucho mejor que la gran mayoría de autores y aportando nueva luz sobre sus temas. "Me cuentas detalles irrelevantes", le dice la protagonista a su madre, en plena odisea Carrefour (y se sabe pedante y resabiada y luego le sabe mal haberlo dicho).

El talento de Pacheco para detectar el brillo en un error gramatical, en una prenda de ropa o en un gesto es prodigioso, como de ardilla listísima y con visión panorámica. Y leer novelas como la suya es descubrirte escuchando muy atentamente (llevas los auriculares pero sin música, solo para disimular) de qué hablan esas chicas, con sus zapatillas deportivas de suela altísima que no entiendes, en la mesa de al lado. Solo que aquí esa conversación se moldea como materia literaria con una gran densidad de hallazgo y una deslumbrante intuición narrativa.

La protagonista descubre una noche uno de esos pisos del Eixample de baldosas hidráulicas y puertas enormes. Y pasa un tiempo pensando en eso, en suelos bonitos y techos altísimos. Historias como esta nos los acercan y son la promesa de muchas otras novelas con altura.

TEMAS