Opinión | Editorial

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Los errores que Montserrat admite

El monasterio de Montserrat.

El monasterio de Montserrat. / JOSEP GARCÍA

El pasado viernes, la comisión independiente creada por la comunidad benedictina de Montserrat hizo público el contenido de su informe sobre las denuncias de abusos sexuales por parte del religioso, ya fallecido, Andreu Soler. Las entrevistas llevadas a cabo durante la investigación, en la que han aflorado una docena de víctimas y otro caso de los años 60 del que no se tenía conocimiento, han llevado a la conlusión de que durante varias décadas el monje actuó como «un depredador sexual y un pederasta» sin que sus superiores intervinieran a pesar de existir una «rumorología suficiente».

La comunidad, y ayer lo hizo personalmente su abad, Josep Maria Soler, ha pedido perdón, ha reconocido que no funcionaron los mecanismos de prevención y control, se ha puesto al servicio de las víctimas y se ha comprometido a mejorar los protocolos de protección de menores. El acto de contrición por unos abusos cometidos por un individuo pero que solo fueron posibles de forma tan impune y continuida en el tiempo por la inacción de quienes deberían haberlas atajado era necesario. Aunque llegue tarde y mal. No han quedado desmentidas las acusaciones de algunas de las víctimas de que sus alertas fueron desoídas y el dinero que se les ofreció llevase implícito el silencio. La puesta en marcha de la comisión de investigación, los reconocimientos de errores y los propósitos de enmienda solo llegaron después de que las denuncias se hiciesen públicas en la prensa, cuando hubo indicios y ocasiones sobrados para haber actuado antes.