Boris y el 'brexit '

La gran estafa

A Johnson lo guian el desdén por la historia, por la verdad, por las normas y por el bienestar de sus conciudadanos

Ilustración de Monra.

Ilustración de Monra. / periodico

Cristina Manzano

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Hace algunos años le pregunté a Martin Wolf, uno de los más prestigiosos columnistas del 'Financial Times', qué ocurriría con un Reino Unido fuera de la Unión Europea y sin Escocia. Su respuesta fue categórica: “Eso no va a pasar”.

Hace apenas unos días otro analista británico, Thomas de Waal, recordaba las lecciones históricas que la disolución de otros dos países -la Unión Soviética y Checoslovaquia- ofrecían al 'brexit'. Según él, para algunos 'tories' guiados por la ceguera “del estrecho nacionalismo inglés”, la separación de Escocia sería un mal menor, a cambio de preservar su sacrosanta soberanía. Ese mismo desdén por los otros territorios es el que llevó a rusos y a checos a despreciar el coste de la disolución. El resto es historia.

Ningunear al Parlamento

Desdén por la historia, por la verdad, por las normas y por el bienestar de sus conciudadanos es el que guía a Boris Johnson en su alocada carrera hacia un 'brexit' sin acuerdo. Convertido en trilero en jefe, desde que llegó a Downing Street todo su afán se ha volcado en encontrar cualquier triquiñuela que sirva a su propósito. La de suspender el Parlamento durante cinco semanas, sin dejar tiempo para un debate en condiciones, se lleva de momento la palma por su osadía y por el efecto sorpresa que ha logrado. Pero también la amenaza de expulsar a los miembros díscolos de su partido –los “rebeldes”-, o la de ignorar una posible decisión de Westminster sobre impedir una salida abrupta de la Unión, o el amago de convocar elecciones anticipadas si no hacen lo que él quiere.

En esta larga semana de vértigo para la política británica todos buscan cualquier resquicio legal o procedimental que permita entorpecer o bloquear al rival; que provoque un nuevo giro inesperado en el guión. Para serie de política-suspense, ni pintado. Un guion con final abierto, pues no existen antecedentes de una situación similar.

Mala relación con los laboristas

El nivel de desconfianza en la credibilidad y honestidad del Gobierno se refleja en dos de las condiciones que el Partido Laborista está pensando en poner para dar su visto bueno a unas posibles elecciones anticipadas y que tendrían lugar antes del 31 de octubre (el 14 suena ya sin tapujos).

Una es que el Ejecutivo se comprometa a cumplir la solicitud de la Cámara de pedir una nueva extensión de la fecha de salida; otra, que se comprometa a respetar la fecha que se establezca para las elecciones. Corre abiertamente el rumor de que Johnson, una vez convocadas, planea retrasarlas, salir de la Unión el 31 de octubre y luego presentarse como el candidato que entregó a los británicos la promesa del 'brexit'. De momento ningún miembro del Gobierno ha dado ninguna señal positiva, más bien al contrario, sobre ambas potenciales peticiones.

Hay que recordar que para poder convocar elecciones Johnson necesita el respaldo de dos tercios de los Comunes, y por tanto, una parte de votos laboristas. Un nuevo dilema existencial para el partido de Jeremy Corbyn, quien lleva tiempo reclamándolas pero que dudará si hacerle ahora el juego al primer ministro. Además, las urnas últimamente las carga el diablo y nadie tiene ninguna garantía de obtener el resultado que busca.

Otro frente 'anti-brexit' se bate en los tribunales. Varias demandas se han presentado en Edimburgo, Belfast y Londres con el fin de cuestionar la legalidad y constitucionalidad de la suspensión del Parlamento.

Cuestión de poder

Todo en torno al 'brexit' se ha convertido en una gran estafa. Lo fue el referéndum, con sus falsedades; lo es ahora un Gobierno empeñado en llevar a su país al abismo, dirigido por una persona que ha sido votada por menos de 100.000 afiliados al Partido Conservador (la gran mayoría hombres, blancos, mayores e ingleses, por cierto), lo que representa poco más del 0,1% de la población británica; y lo son también las afirmaciones de Johnson de que está negociando la solución para la salvaguarda irlandesa -el principal obstáculo en el acuerdo con la Unión- cuando en Bruselas no tienen noticia de ello.

Todo, eso sí, siguiendo a la letra el manual de democracia. Pero, ¿es realmente democracia la que acaba distorsionada por los populistas?

Al final es 'solo' una cuestión de poder. El 'brexit' es una víctima colateral de la guerra civil en la que los 'tories' llevan décadas inmersos. Como recordaba De Waal, en un posible Parlamento sin los escoceses y con la aritmética actual, los conservadores tendrían una mayoría absoluta difícil de arrebatar. ¿Podría llegar a ser Escocia una 'consecuencia no deseada' del 'brexit'? Podría.

Ojalá, sin embargo, Wolf acabara teniendo razón y el embrollo del brexit, y sus secuelas, se quedaran en una mala pesadilla.

*Directora de Esglobal