Me gusta el parchís y quiero que vuelva Neymar

Neymar se entrena en el centro deportivo del PSG el pasado jueves.

Neymar se entrena en el centro deportivo del PSG el pasado jueves. / periodico

Antonio Bigatá

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De pequeño me enseñaron que había dos cosas: la vida real y el juego. Y me dijeron que no debía confundirlos. Lo del juego lo fui puliendo en sucesivas etapas, con la oca, el tute, fui excelente en las partidas con botones, luego llegaron las damas, el ajedrez y el Palé (posteriormente rebautizado como Monopoly), pero lo fundamental de su esencia me llegó casi al principio con el parchís y sus lecciones.

En el parchís, sinónimo de juego, se va a ganar. A ganar como sea: matando a los amigos entre risas si es necesario, embarullando a propósito el tráfico colocando barreras, imponiendo la fuerza de un color, escogiendo aquel dado un poco amarillento que proporciona más cincos, deseando que incluso a los niños de la familia les salgan tres seises seguidos suicidas. Se viaja por el tablero esgrimiendo la maldad y confiando en completarla con la suerte para lograr ganar, sólo ganar como fuera. Aprendí que eso era el juego y que sus reglas eran distintas a eso que llamamos la vida.

Me he hecho adulto y formo parte de la secta de los que hemos abrazado al fútbol como nuestro juego favorito (además de ser nuestro vicio, nuestra distracción, nuestro desahogo, nuestra pasión, nuestro amor principal…). Se parece al parchís en bestialidad y encima es más complejo y retorcido. Su objetivo es el mismo, ganar, aunque algunos lo disfrazan diciendo que lo principal es que sea bonito y ortodoxo.

Ganar por encima de todo

Confieso que yo mismo prefiero ganar con juego hermoso que con estilo desmadejado, pero que lo que deseo por encima de todo es ganar, soñar con ganar, viéndonos ganar, admirando a los más dotados para ganar, adorando a los ganan exhibiendo magia, arte, valentía, descaro, espectacularidad, clase, solvencia en el abuso.

En mi secta se valora mucho lo de ganar en el último minuto de penalti injusto, aunque asimismo nos complace inmensamente conseguirlo con los métodos que los políticamente correctos denominan “ortodoxos”. Pero no quiero mentir: el gol con la mano sin que lo vea el árbitro es otra delicia --¡cómo nos encantó maravillarnos escandalizados cuando consiguió hacerlo Maradona en un Mundial!--, pero al mismo tiempo en la vida real no quisiera que hiciesen cosas por el estilo ni mis niños, ni mis amigos, ni mis enemigos.

Vuelvo al principio: no hay que confundir las cosas. Para la golfería está el juego, para lo demás la vida. En la vida real creo en el esfuerzo, respeto los semáforos, cedo el paso a las señoras cuándo llegamos a una puerta (aunque esto pronto me lo censurarán), intento no estirar más el brazo que la manga y me horroriza lo que hacen algunos sólo para ganar más, desde matar a cargarse el planeta. Pero eso es la vida real, no un juego.

Parte de un juego

Por lo que he escrito comprenderán que yo deseo que fichemos a Neymar. Si esa operación nos saliese bien, tendríamos muchas más posibilidades de volver a ganar la Champions y de paso impediríamos el riesgo máximo: que por despecho vaya al Madrid. Si nos saliese mal, tendríamos que recordar que Neymar forma parte de un juego.

¿Qué resulta carísimo? ¿Que sale demasiado por las noches? ¿Que su pie nunca volverá a estar completamente sano? ¿Que engaña todo lo que puede al fisco? Está claro: Bartomeu, pobre, tendrá que intentar resolverlo y los dentistas ya encontrarán una fórmula si le huele mal aliento. Pero todos sabemos que Neymar era magnífico en el juego con el balón y somos muchísimos los que soñamos con que vuelva a demostrárnoslo. Para lo otro, para respetar los semáforos, ya tenemos la vida real.

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