ANÁLISIS
Europa naufragada
Urge una política de inmigración y asilo común que neutralice a los ultras
Carlos Carnicero Urabayen
Periodista.
Carlos Carnicero Urabayen
Son especialmente crueles las fechas en las que el 'Open Arms' vive su peor pesadilla, en medio de las vacaciones de verano. Las mismas aguas que son un paraíso para el descanso de millones de europeos son también un auténtico infierno para 107 desesperados seres humanos, ignorados y mareados por unos líderes que no saben cómo quitárselos de encima, como si el más elemental sentido de humanidad admitiera cualquier matiz; como si la próspera Europa que vive hoy en paz y libertad no recordara que es hija de guerras y miserias similares a las que han vivido los pasajeros del 'Open Arms'.
Con mayor o menor fortuna en su acción, el Gobierno español ha acudido al rescate, a pesar de la distancia a la que se encuentra el barco, a un paso de Italia y dos de Malta. También lo hacen los cinco países que junto a España han acordado acoger a los inmigrantes, pero ¿qué hay de la improvisación, la penosa imagen para Europa que transmite este episodio, el riesgo de que suceda una tragedia, la innecesaria tortura psicológica que padecen estas víctimas o la impunidad (y ninguna vergüenza) con la que un ministro ultra, Salvini, actúa en pleno siglo XXI?
Es insostenible la ausencia de la Unión Europea, como si este episodio fuera nuevo, como si no se fuera a repetir, como si la región con la más envidiable calidad de vida del mundo no existiera de espaldas -literalmente, en este caso- a una de las regiones más pobres y más pobladas del mundo.
Las diferencias se han ensanchado
Explica el economista Branko Milanovic que en la actualidad el PIB per cápita de Europa Occidental ronda los 40.000 dólares frente a los 3.500 del África subsahariana (11 veces menos). En 1970 era siete veces menor. En 1980, la mencionada región europea tenía más habitantes queel África Subsahariana. Hoy esta multiplica por 2,5 la población de Europa Occidental. La distancia entre las dos orillas del Mediterráneo no ha cambiado, si acaso ha mermado porque la globalización facilita los contactos, pero las diferencias se han ensanchado.
Los flujos del sur hacia el norte aumentan inevitablemente, por mucho que les pese a los líderes europeos, que no saben cómo abordar este complicado asunto. Esta "maldición de los ricos", como la bautiza Milanovic, está creando monstruos políticos que explotan el descontrol y los miedos legítimos de muchos europeos (sería ingenuo ignorar las ansiedades que produce este complicado fenómeno que combustiona fácilmente con unas sociedades cada vez más desiguales y unas vidas laborales cada vez más inestables).
Ahí está Salvini, sin escrúpulos, pero con muchos votos. Y no es precisamente el único. España ha permanecido ajena a los discursos de extrema derecha, pero ahora vive contagiada. Vox ha entrado en el Parlamento y Ciudadanos ensaya la pesca de votos hurgando en los instintos más primarios (¿cómo explicar si no el silencio de sus dirigentes ante las barbaridades de Marcos de Quinto, nuestro pequeño Trump ibérico?). Urge una política de inmigración y asilo común que neutralice a los ultras y ponga fin al naufragio de Europa.
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