IDEAS

Las salas vs. las películas

Brad Pitt, en la película de Tarantino 'Érase una vez... en Hollywood' .

Brad Pitt, en la película de Tarantino 'Érase una vez... en Hollywood' . / periodico

Desirée de Fez

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¿Podría ser que, de forma inconsciente, hayamos decidido qué películas tienen que ser vistas en el cine y qué películas pueden verse en casa? Planteo la duda a raíz de dos cuestiones cruzadas. Una es la recepción en España de 'En los 90' (2018), 'La (des)educación de Cameron Post' (2018) o 'Súper empollonas' (2019), tres buenas películas independientes americanas que merecían mejor respuesta en taquilla. Otra es la ávida espera (ni siquiera boicoteada por las nuevas y extrañas corrientes de antipatía hacia Quentin Tarantino) del estreno de 'Érase una vez en… Hollywood', que llegará al cine el 15 de agosto.

Está claro que cada espectador es un mundo, y cada uno decide cómo y dónde ve las películas. Pero, de algún modo, el cambio de coyuntura ante el estallido de las plataformas y, por extensión, la mutación de los hábitos del espectador parecen haber establecido un ritual de visionado algo excluyente. La sala de cine (insisto, como en todo hay excepciones) se ha convertido en el espacio idóneo para disfrutar del cine a lo grande, entendiendo por cine a lo grande tanto la nueva de Tarantino como 'Vengadores: Endgame' (2019). Películas que, aunque no se parezcan, coinciden en que son espectáculos colosales, son recibidas como acontecimientos y generan una idea de comunidad reunida en torno a algo que conoce y admira. También parece terreno abonado al disfrute de producciones, como determinados filmes de terror, que sugieren que el entretenimiento será más eficaz si se experimenta a lo grande.

Mi sensación es que estos nuevos hábitos, esta redefinición de la sala de cine, está diluyendo el impacto de muchas películas de dimensiones (no solo presupuestarias) más modestas, incluso dejándolas fuera de juego si no cuentan con el respaldo de una distribuidora con posibilidades por encima de la media. Del mismo modo que, años atrás, argumentábamos que no valía la pena ir al cine a ver una película porque era de videoclub (qué horror, y nos quedábamos tan anchos), ahora parece que cada vez que nos encontramos con una película cuyo tamaño o look remite, pongamos, a un original de Netflix la dejamos en la nevera para verla en casa más adelante.