Análisis
El debate empeora la investidura
El cara a cara entre Sánchez e Iglesias fue de tan grueso calibre que, aunque al final haya acuerdo, ¿cómo se gobierna con confianza tras haberse dicho cosas como estas?
José A. Sorolla
Periodista
José A. Sorolla
Fracasada la investidura de Pedro Sánchez en la primera votación, nadie puede saber que ocurrirá el jueves, cuando el aspirante necesita solo la mayoría simple. Pero ni esa mayoría está asegurada después de que Sánchez solo obtuviera los votos de su partido y el del único diputado cántabro. Unidas Podemos (UP), que había decidido votar 'no' –como lo demuestra el voto telemático anticipado de Irene Montero—, cambió a la abstención “para facilitar las negociaciones”, mientras que ERC, que había insinuado la abstención si había pacto de izquierdas, se decantó por el 'no', junto a Junts per Catalunya, PP, Ciudadanos, Vox y parte del Grupo Mixto.
Llegan ahora dos días de idas y venidas hasta el desenlace del jueves. La vicepresidenta Carmen Calvo ya ha trasladado una nueva oferta a UP después del rechazo de la que incluía una vicepresidencia social sin contenido y los nuevos ministerios de Vivienda y Juventud. Una oferta, desvelada por este diario, claramente insuficiente para las pretensiones de Podemos. La primera sesión del debate terminó peor de lo que empezó para los dos presuntos socios, con las responsabilidades del desencuentro repartidas. Sánchez actuó sobrado y con menosprecio hacia UP al no mencionarlos siquiera hasta los minutos finales de un discurso socialdemócrata con buena música y escasa letra, ya que estaba lleno de propuestas buenistas y bien encaminadas ante los desafíos que aguardan a España, aunque sin cuantificar. El candidato se equivocó también al no pronunciar la palabra 'Catalunya' en su intervención inicial.
Moderado al principio, aunque ya alertó de que no iban a aceptar ser un “mero decorado”, Pablo Iglesias se calentó en las réplicas hasta el punto de desvelar los entresijos de la negociación en pleno debate y recurrir a advertencias tan rotundas como “no nos vamos a dejar pisotear ni humillar por nadie”, mientras Sánchez le reprochaba por adelantado un eventual voto de UP junto a la extrema derecha y le espetaba: “El mundo no empieza ni acaba con usted”. El cara a cara fue de tan grueso calibre que, aunque al final haya acuerdo, ¿cómo se gobierna con confianza tras haberse dicho cosas como estas?
Iglesias se molestó desde el inicio del debate por las constantes peticiones de Sánchez al PP y a Cs para que se abstuvieran. Pero Sánchez sabía perfectamente que eso no iba ocurrir y lo único que quería era colocar a Pablo Casado y Albert Rivera ante la contradicción insoportable de empujarle, al no abstenerse, a ese Gobierno con “populistas y separatistas” del que tanto abominan. Al lado de Rivera, de todas formas, Casado es ahora un moderado. El líder de Cs, con un discurso sectario, histriónico, faltón y demagógico, en el que habló de “banda”, “habitación del pánico” o “carnet de español”, se situó más cerca de Santiago Abascal que del PP al que aspira a sustituir.
La investidura confirmó también la transformación de Gabriel Rufián, que parecía un angelito al lado de Laura Borràs, aunque al final ERC no se atrevió a abstenerse y votó 'no', junto a JxCat, no vaya a ser que pierdan algunos metros en la carrera independentista.
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