Al contraataque

Piedad líquida

Yo sé que sigo vivo porque me apenan la injusticia y la desgracia ajena; me indignan

la niña valeria y su padre rio bravo

la niña valeria y su padre rio bravo / periodico

Carles Francino

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Circula desde hace tiempo un chiste recurrente para cuando nos vamos haciendo mayores, que dice: "A partir de los 40 años (o los 50, o los 60…) si te levantas y no te duele nada, es que estás muerto". La primera vez que lo escuché me reí bastante; después un poquito menos y ahora pienso que maldita la gracia. Pero reconozco que es una verdad como un templo. Aunque hay algo mucho más valioso y que, afortunadamente, no depende del declive físico: la capacidad de indignarse.

Unamuno lo consideraba una virtud moral, indispensable para la buena literatura, y por eso cuando le dieron el Nobel en 1921 a Anatole France soltó: "No me gusta este escritor porque no sabe indignarse". No se mordía la lengua el maestro.

Creo que algo parecido podríamos aplicar al periodismo, un territorio donde los egos navegan con tanta o más fuerza que en la literatura; el que amanece pensando que ya lo sabe todo y que no le afecta nada, ese día ha empezado a morir… profesionalmente; y es posible que de lo otro, también. Por eso celebro que me indignara y me entristeciera a partes iguales la fotografía de Óscar y Valeria, el padre y la hija ahogados en el río Bravo cuando trataban de entrar a Estados Unidos. La imagen de ese abrazo póstumo se me ha clavado en la cocorota, igual que la de los zapatitos de Aylan, tirado como un muñeco en una playa turca hace cinco años, que me conmovió hasta la lágrima.

Pero, seamos sinceros: ¿de qué sirve eso? ¿Estamos mejor en Europa? No, estamos peor; tenemos a un energúmeno llevando la voz cantante en Italia y al resto aplaudiendo o acojonándose. Yo sé que sigo vivo porque me apenan la injusticia y la desgracia ajena; me indignan. Y además conservo músculo periodístico para tener ganas de contarlo. ¿Pero cuánto me durará el recuerdo del padre y la hija? ¿Y qué pasa con el cubano que veo tirado en un cajero de Bankia cada semana en la calle Mayor? ¿Y con la chica que acampa junto a dos perros en la Gran Vía? ¿Cuánto hace que no llamo a la compañera que salió rebotada de su empresa por culpa de un ERE? ¿O al colega de Tarragona que ya no sabe cómo disimular los apuros que tiene?

El poeta Luis García Montero, hoy al frente del Instituto Cervantes, define este mestizaje de conciencia e indiferencia como "piedad líquida". Le agradezco el hallazgo, porque yo hubiera dicho que cada vez somos más mierdas. Por eso él es escritor y yo no.