Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Que repitan el juicio

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No me cabe en la cabeza. Si hubiera sido un juicio breve, tal vez lo entendería, pero esto ha durado muchísimo tiempo. ¿Cómo es posible que nadie se haya dado cuenta y haya corregido el tremendo error? Ha habido tiempo para ello; muchísimas oportunidades para percatarse de la tremenda metedura de pata, pero aquí parece que cada uno estaba pensando en lo suyo, dejando de lado lo fundamental. Honestamente creo que el llamado juicio del ‘procés’ se ha de repetir desde el principio.

Entiendo los despistes puntuales. Los seres humanos no somos perfectos y a todos se nos puede pasar, pero un fallo tan evidente me resulta incomprensible. Las palabras de Marchena se escuchaban a través del altavoz de las televisiones, los móviles y las tablets, también las voces de la defensa, masculinas y femeninas, la fiscalía, los acusados y los testigos. Pero, además, se emitían fragmentos de esos audios por la radio. ¿Tampoco nadie se dio cuenta entonces, cuando desaparecían las caras y solamente quedaba el sonido, puro y aislado? ¿En qué diablos estaban pensando todos?

De verdad, me parece delirante. ¿Nadie lo propuso? ¿A ningún ser humano se le ocurrió? Era muy fácil, y les aseguro que escandalosamente barata. Un euro (dos, a lo sumo) por cada micrófono. Pero no, pasaban los días, las semanas, y Marchena, los ‘mossos’, los imputados y todos los que aparecían por allí hablaban al micrófono lanzando sus letras p, con el viento que eso implica, chocando con la membrana y provocando un sonido incomodísimo.

Preocupados
por si hubo
sedición, o
violencia, o
golpe de estado,
nadie habla
de ese otro 
golpe de verdad 
intolerable

Los que trabajamos en la radio estamos acostumbrados a las espumitas que se colocan en los micrófonos. Su presencia no es decorativa. Y usted, aunque no trabaje en la radio, habrá visto millones de veces micrófonos con sus espumas apuntando a la cara de entrenadores de futbol o políticos mientras hacen una declaración. Esas espumas no sirven solamente para poner el logo de la emisora de radio o cadena de televisión a la que pertenecen. Su misión es la de parar el viento de las letras 'p'.

Ponga la palma de su mano frente a la boca y diga: «Pamplona». Notará dos golpes de aire, correspondientes a las dos 'p' que forman el nombre de esa preciosa ciudad. Si su mano fuera un micrófono, este transmitiría dos golpes de aire que, en un altavoz, sonarían muy feos. De hecho, a las espumas de los micrófonos, en la radio las llamamos «anti-'p'».

Pues bien, en todos los micrófonos que hay en la sala donde se realiza el juicio, no hay ni una sola espuma. Eso provoca que cada vez que alguien habla, transforme sus 'p' en un viento molesto. Y nadie cayó en la cuenta. Nadie. Todos preocupados por minucias; que si es sedición, que si hubo violencia o no, que si fue un golpe o no lo fue.

Y nadie habla de ese otro golpe intolerable. No golpe de estado, no golpe a la democracia, sino a la dignidad del sonido. El golpe de viento al micrófono, provocado miles de veces, por todos esos señores y señoras.