El mal porque sí

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Lucía Lijtmaer

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De entre las historias aterradoras que me han helado la sangre las que permanecen imborrables en mi memoria son aquellas en las que la convención del terror se rompe: no hay música premonitoria, no hay indicios de peligro, no hay nada que pueda advertirte. Simplemente te das de bruces con El Mal, en mayúsculas, y ya está.

La primera, sin excepción, es cualquier momento de 'Zodiac', la película de David Fincher, especialmente la escena de un picnic de enamorados, que contradice todas las leyes del terror conocido. Una pareja disfruta un mediodía soleado junto a un lago cuando aparece una figura gigante encapuchada. La alteridad de la situación, sabiendo que además es un caso real, congela la sangre: qué hace un encapuchado ahí, qué quiere. ¿El resultado? Una escabechina generalizada. Porque sí.

En las historias más aterradoras no hay música premonitoria, ni indicios de peligro, ni nada que pueda advertirte

A esta escena cumbre del mal porque sí se le suma ahora una nueva: la narración de los llamados asesinatos de la familia Manson, extraordinariamente explicados en 'Helter Skelter', de Vincent Bugliosi Curt Gentry, publicados por Contra. Ante los archiconocidos y mediatizados sucesos, nada como el primer capítulo: en la confluencia entre dos calles, en una noche de verano, un espantoso crimen múltiple sucede mientras media ciudad duerme. Y nadie se da cuenta. Incluido el vigilante de la casa. ¿Por qué? Los cañones que hay sobre Hollywood y Beverly Hills engañan con los sonidos. Un ruido que se oye a la perfección a un kilómetro y medio puede ser imposible de distinguir a cien metros. Así, los vecinos duermen y ni se enteran, mientras que un monitor que supervisa a treinta y cinco alumnas a mil doscientos metros oye claramente la voz de un hombre que suplica: “¡Por Dios, no, por favor!”.

Ahora todos sabemos qué estaba pasando, qué consecuencias tuyo, pero el silencio antes del acto, incluso durante, nos devuelve esa idea primigenia y 'hielasangre' de que el mal cuando más daño hace es aleatorio y no tiene razón aparente. Es ese mal porque sí.

Por eso hay que recordar que al principio de todo siempre hay una casa en silencio. Así comienza siempre la idea del mal: una casa en silencio, un niño que duerme plácidamente, una fiesta de borrachos. Da lo mismo. Lo importante es que al inicio de todo la situación, si no idílica, es propia de una cotidianidad que nada pueda estropear.

Salvo que se estropea.

Así es el terror y así mantiene sus códigos.