ANÁLISIS

Desconcertados y dolidos ante una final

Valverde, en la sala de prensa de la ciudad deportiva del Barça.

Valverde, en la sala de prensa de la ciudad deportiva del Barça. / periodico

Antonio Bigatá

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Ningún club de fútbol había encarado nunca una final tan desconcertado y dividido como el actual Barça en esta Copa del Rey. Existe cierta confianza de fondo en su siempre teórica superioridad respecto al Valencia, pero la tradicional fragilidad psicológica de la familia culé le hace temer mucho más de la cuenta un nuevo traspiés. Con todo, hay poca valoración de este título y existe únicamente una ilusión justita y tacaña por conseguirlo.

El entorno irreductiblemente crítico con la actual dirección del club no afloja. Los propagandistas de la supuesta banalidad y ausencia de estética del tipo del juego que hace el equipo desde que llegó Ernesto Valverde (o por decirlo mejor, desde que se marchó el que se marchó) han conseguido incluso hacer olvidar a los seguidores la brillantez del triunfo en la Liga y el mérito de haber llegado tanto a las semifinales de la Champions como a esta cita de este sábado en Sevilla.

Unos y otros aprietan sin descanso aferrados a la idea de que si no se gana todo y si no se juega tácticamente como ellos quieren el Barça no merece que nadie se enamore de él.  Por eso los mensajes post-partido ya están redactados: si se gana al Valencia se lanzará un ¡No faltaría mas!, y si se pierde el eslógan previsible puede ser ¡Se veía venir, hasta que no haya dimisiones radicales no vamos hacia ninguna parte!.  Por eso el Barça cruje. Tiene en su contra demasiados intereses propios defendidos con el disfraz de una santa objetividad, y existe el deseo de seguir preparando el camino de cara a unas elecciones que, horror, piensan los del entorno crítico y los ex que suspiran por volver, podrían disputarse con demasiados buenos resultados actuales en su contra.

Ambiente enrarecido

Se ha sabido fabricar un ambiente tan enrarecido que ni siquiera se saborean los fichajes reales y los posibles que ya se están cociendo de cara a fortalecer la plantilla. Hay varias ideas-fuerza en circulación. que si De Jong acabará desestabilizando a Busquets y Rakitic, que si De Ligt no tiene sitio (a pesar de que Piqué esté tan cerca de la jubilación), que si Griezmann viene será aceptar que nos ponga cuernos quien nos escupió en la cara, que si Griezmann al final va a otro club será un nuevo patinazo de Bartomeu y su directiva... En este contexto el barcelonismo está tan decaído que ni siquiera encuentra  consuelo ni se divierte con los tremendos problemas que exterioriza el Real Madrid.

El club de Florentino sí que está roto por dentro. El Madrid sí que ha hecho una temporada deportivamente calamitosa, sí que se ha montado un lío descomunal con las pretensiones de fichajes deslumbrantes y las urgencias para desprenderse de todo lo que ya le ha caducado. Pero el vinagre del entorno culé impide que todo ésto se celebre debidamente.

No niego que lo de Liverpool fue un mazazo, y comparto la idea de que un año después de Roma eso ha sido muy malo. Pero ni el club ni el técnico ni los jugadores merecen que sólo planeen sobre ellos estos dos resultados. En ningún otro sitio hay tan mala baba. Por eso estaría bien ganar esta noche y dejar las cosas en su sitio. En el sitio de los que lo han hecho bien pese a que aquí no se hayan visto abrazos entusiasmados  como los que recibió el Manchester City, el gran equipo que este año ha obtenido un balance final muy similar al que tendrá el Barça si gana al Valencia en Sevilla.