El oficio de escribir

El lector perspicaz

En la mayoría de casos más vale escuchar la propia intuición y hacer caso omiso de los lectores dispuestos a hurgar en la herida más dolorosa

Lectores observan las últimas novedades publicadas en una parada.

Lectores observan las últimas novedades publicadas en una parada. / periodico

Najat El Hachmi

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Pajtim Statovic, un escritor finlandés de origen albanés con quien compartí mesa dentro del Pen World Voices la semana pasada en Nueva York, hablaba sobre algunas de las rarezas de nuestro oficio. El hecho de que, por ejemplo, siempre tengamos la suerte de encontrarnos con ese lector perspicaz, atento, de mirada exhaustiva, que ha encontrado en nuestra obra incongruencias, errores o detalles poco coherente o inverosímiles y tiene la delicadeza de venir a comunicárnoslo. Suele ser este un lector amable y bienintencionado que quiere contribuir a mejorar nuestros textos, pero también los hay que señalan el error con un destello en la mirada que hace imposible ocultar el placer sádico de quien sabe hurgar en la herida.

Cierto es que los escritores tenemos la piel fina y más aún cuando acabamos de sacar a la luz lo que nos ha costado años de trabajo. Tiene todo el derecho, el lector, a emitir las opiniones que desee, para eso lo queremos, pero es curioso este tipo concreto que hace esfuerzos para llegar al autor no para darle su opinión sobre la trama, el estilo, los personajes o la temática de fondo de la novela, sino para preguntarle, tomando el ejemplo que puso Statovic, “¿Estás seguro de que en ese año ya se hacían las galletas que aparecen en la página 34? Porque yo trabajé en esa fábrica y resulta que no las empezamos a producir hasta dos años después”. Y en la frágil vulnerabilidad del escritor en posparto creativo esto se convierte en una sentencia de muerte: años peleándose con cada frase, cada palabra, cada punto y cada coma de las mil páginas del manuscrito y no fue capaz de detectar un error tan imperdonable. Automáticamente se convierte en el peor escritor del mundo.

Sobre esta fragilidad del escritor cuando tiene que enfrentarse al público y de la esquizofrenia que supone compaginar las dudas propias de la creación artística con la defensa de la propia obra, Víctor Català nos dejó una lección magistral en el prólogo de 'Caires vius', ahora editado por Club Editor en un tercer volumen de cuentos que también reúne los de 'Ombrívoles' y 'Drames rurals'. Dice la ampurdanesa que el artista, “por su eterna inclinación al ideal, siente más que nadie la flaqueza de su obra, mide con más equidad que los demás la enorme distancia que va de la pequeñez realizada a la grandeza deseada” y cómo en este estado de debilidad tiene que afrontar las críticas. La autora sigue contando que en estas circunstancias lo que es difícil es que el creador sepa distinguir el juicio pertinente del arbitrario. Su conclusión es que en la mayoría de casos más vale escuchar la propia intuición y hacer caso omiso de los lectores dispuestos a hurgar en la herida más dolorosa. Consejo muy pertinente en tiempos de redes sociales y ofendidos de todo tipo.

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