análisis

La alternativa a una guerra

Con un Estado que solo funciona para reprimir a la oposición, incapaz de ofrecer nada a sus ciudadanos, sabe que a él le corresponde mover las fichas del tablero, para demostrar un poder, que de momento sigue en manos de Nicolás Maduro

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Rafael Vilasanjuan

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Lleva Caracas unos cuantos días sin dormir a pesar de la oscuridad absoluta en la que se acuesta muchas noches. Ni una luz en toda la ciudad como consecuencia de los apagones y los cortes de energía. Desde el frustrado golpe de efecto –mas que de Estado- de Juan Guaidó, hace dos semanas, entre las luces y las sombras una pregunta flota en el aire suspendido de la capital ¿Hay alternativa?

Los rumores de una intervención liderada por EEUU nunca han desaparecido del horizonte y, por si acaso, el Gobierno de Donald Trump se encarga de recordarlo día tras día. No es de extrañar. Guaidó tiene prisa, su liderazgo se resiente en cuanto no pasa nada nuevo. Con un Estado que solo funciona para reprimir a la oposición, incapaz de ofrecer nada a sus ciudadanos, sabe que a él le corresponde mover las fichas del tablero, para demostrar un poder, que de momento sigue en manos de Nicolás Maduro.

No lo tiene fácil. La impresión, no obstante, es que una intervención de EEUU más que sacar a Venezuela del caos la hundirá en un infierno aún peor. Conocemos muy bien lo que supone destruir Estados cuando intervienen ejércitos extranjeros, pero tenemos escasos ejemplos que hayan sido capaces de reconstruir una sociedad más segura y mas justa.

Venezuela es un país muy complejo. Tiene un Ejército sólido, entrenado contra el imperialismo y controlado en estos momentos por la inteligencia cubana, los mismos que,  en una isla pequeña del Caribe, fueron capaces de congelar la Guerra Fría durante medio siglo. Lo sabe Trump, lo sabe su equipo de seguridad en la casa Blanca, un grupo de halcones neoliberales a los que nada les gustaría más que desquitarse de la salida humillante a la que Rusia les ha obligado en Siria. Pero no será un camino fácil, el escenario venezolano cada vez se parece más al de la isla hermana al otro lado del mar, con un Gobierno numantino que sobrevive gracias al apoyo de Rusia y China.

División interna

La oposición buscaba deserciones en el Ejército para que la implosión del chavismo obligara a Maduro a abandonar. Pero por mucho que se anuncie una división interna entre militares, lo cierto es que la realidad es obstinada y, aunque haya ruido, siguen del lado del Gobierno. Si es verdad que entre los altos mandos empieza a haber diferencias, una intervención extranjera solo serviría para unirles. Por eso es conveniente explorar la alternativa de una negociación.

Hasta donde sabemos entre Gobierno y oposición no hay diálogo, ni en la sombra, al margen de la opinión pública. Ese podría ser un camino. Hay muchas cosas sobre las que negociar a pesar del enfrentamiento, desde una nueva convocatoria electoral con garantías y observadores aceptados por las dos partes, hasta la elección de nuevos cargos judiciales o una propuesta de justicia adaptada a los intereses de la transición que el país tiene que afrontar. Negociar es  la única alternativa a una salida violenta que acabaría con miles de víctimas y no es seguro que abriera una etapa más estable y segura.