análisis

Ídolos de nosotros mismos

Los jugadores del Liverpool se abrazan tras la clasificación ante el Barça.

Los jugadores del Liverpool se abrazan tras la clasificación ante el Barça. / periodico

Jordi Puntí

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Gabriel Ferrater escribió un poema de amor, llamado 'Ídolos', que me vino a la memoria el otro día, tras la eliminación del Barça en Liverpool. En los primeros versos el poeta recuerda un momento feliz en el que los amantes yacían abrazados, y escribe: “Entonces (...) no teníamos recuerdos. Éramos / el recuerdo que tenemos ahora. Éramos / esta imagen. Ídolos de nosotros / para la fe sumisa de después”.

Me acordé de estas palabras a medida que se consumaba la derrota brutal y el Barça, noqueado, no reaccionaba: le faltaba fe. Sus jugadores habían olvidado que eran ídolos de sí mismos. A lo largo de los años habían construido juntos un equipo y sobre todo una forma de jugar que se retroalimentaba de su éxito, de su recuerdo. Todo lo contrario que el Liverpool, que mostraba una fe ciega en cada uno de sus pases.

Esta fe ganadora en uno mismo no se pierde de un día para otro, por eso no es ninguna casualidad que el Barça lleve ocho títulos de Liga de los últimos 11. De hecho, una parte de la fe se perdió quizá hace dos años en París, y sin duda hace un año en Roma, pero en realidad se ha ido perdiendo en cuentagotas durante esta temporada. ¿Cuántos partidos han resuelto Messi y Suárez en la segunda parte, tras 45 minutos de titubeo?

Con un poco de perspectiva, uno tiene la sensación que este año Valverde nunca ha terminado de confiar en el estilo de toque y pase, y en la posesión del balón como arte para defenderse (¿recuerdan? ¡Lo hacíamos tan bien!). Sus razones tendrá. En la pretemporada, Messi elogió la llegada de Arthur, “muy confiable, muy seguro”, con ese estilo un poco de Xavi, “de querer siempre la pelota, jugar cortito, no perderla”. Hubo un tiempo en que sí parecía que Valverde apoyaba esta filosofía, pero poco a poco dio a entender que no quería correr riesgos. Primero prefería la seguridad de Arturo Vidal para amarrar resultados, luego ya lo escogió como prevención inicial.

Estas decisiones le bastaron al Barça para ganar la liga -en un año en que Real Madrid y Atlético, todo hay que decirlo, no ofrecieron sus mejores versiones-, pero es posible que al mismo tiempo resquebrajaran la confianza en un estilo. Tal como yo lo veo, un entrenador tiene que motivar a sus jugadores a través de unas ideas claras de juego: tiene que convencerles hasta hacerse pesado. Es lo que consiguieron Klopp, y Pochettino, y Ten Hag, cada uno a su manera. Esta convicción es una red de seguridad en caso de dudas. En el partido de ida contra el Liverpool, la red fue el genio superlativo de Messi, pero en la vuelta, cuando los ingleses empezaron a pasarnos por encima, comprendimos que el Barça no tenía esa red de seguridad: les faltaba convicción, fe. Luego el emperador quedó desnudo y todos lo vimos y Valverde no parecía tener ninguna solución.

Con la Liga en la mano y a punto de jugar la final de Copa, los aficionados del Barça deberían estar contentos, pero al mismo tiempo tienen el derecho de dudar: de Valverde, pero también de la capacidad de entusiasmo de algunos jugadores -con Coutinho como síntoma- . Con De Jong fichado y Riqui Puig pidiendo a gritos más confianza, quizá haya que ver esta temporada 2018-19 como un año de transición. Estos jugadores tienen que volver a ser ídolos de sí mismos, se lo merecen, pero me temo que Valverde no tiene el carácter para revivir ese recuerdo a través de una filosofía del juego.