PERSONAJE CLAVE DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA

Socialista y hombre de Estado

Alfredo Pérez Rubalcaba siempre ponía de manifiesto su capacidad para conocer y comprender los problemas y, lo que es más importante, su actitud de buscar soluciones a los mismos en lugar de agravarlos

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José Montilla

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Alfredo Pérez Rubalcaba. El ministro, el dirigente socialista, el muñidor de acuerdos, el hombre comprometido, el hombre discreto, poco amigo de las alharacas, el trabajador incansable, el insomne, el hombre de Estado, el profesor que nunca dejó de serlo, el científico de mentalidad y de actitud. Alfredo lo ha sido casi todo en la política española y todo en la familia socialista. Los socialistas le debemos mucho. La sociedad española, en su conjunto, también.

No es fácil hablar en una nota de urgencia, en medio de un dolor intenso por su pérdida, de su larga y prolija trayectoria. Ministro de Educación, de Presidencia y de Interior. Vicepresidente del Gobierno. Secretario General del PSOE. Candidato a la presidencia del Gobierno. Portavoz parlamentario. Entre otras muchas responsabilidades ejercidas siempre con tesón, con rigor y, a la vez, con proximidad, transparencia y honestidad. Alfredo daba seguridad.

El hombre que hizo posible la desaparición de ETA. Claro, no fue él solo, pero lideró, sin duda, la operación política más importante y compleja de nuestra joven democracia. Él, que tuvo que asistir en tantas ocasiones a los funerales de víctimas asesinadas por ETA, fue capaz de conducir la maquinaria del Estado en la dirección adecuada: el fin de los atentados, la renuncia de ETA a la lucha armada, su posterior disolución y la recuperación de un clima de convivencia pacífica y democrática en España.

El amigo de los socialistas catalanes, que entendió la naturaleza de los problemas políticos que dificultan un buen encaje de Catalunya en el proyecto compartido de una España diversa que se reconozca en su pluralidad. No es casualidad que su empeño por ir hacia los temas de fondo y buscar las soluciones adecuadas a los problemas complejos le llevaran a acordar, con Pere Navarro, entonces primer secretario de los socialistas catalanes, la Declaración de Granada. Claro, tampoco estuvo allí solo. Había trabajo acumulado de años. Discusiones, reflexiones, trabajo, en definitiva, con muchas personas. Soy testigo de su compromiso en este terreno. Cuando coincidí con él en el Gobierno y cuando siendo presidente de la Generalitat conté con su complicidad en múltiples ocasiones.

Seguramente no es casual que su primera responsabilidad, en los lejanos 80, fuera de la mano de Carmina Virgili en el Ministerio de Educación y Ciencia. Tampoco lo es recordar aquí un hecho poco conocido y aún menos reconocido: su papel fundamental en la negociación del Estatut. Pude compartir con él multitud de reuniones, intensas y discretas, para abordar esa negociación. Y siempre ponía de manifiesto su capacidad para conocer y comprender los problemas y, lo que es más importante, su actitud de buscar soluciones a los mismos en lugar de agravarlos. ¡Cómo contrasta eso con la vocación demasiado extendida en la vida política actual de utilizar los problemas para la confrontación, aunque eso solo sirva para hacerlos más grandes y pesados!

El diputado y dirigente político fajador en la refriega parlamentaria, resiliente, tenaz. Inteligente. Alfredo ha sido un hombre de Estado. Conocedor de sus entresijos. Comprometido con la democracia. Respetado por amigos y por adversarios. Mantuvo, siempre, esa enorme capacidad para negociar y seducir, para aproximar posiciones y para proponer caminos cuando todo parecía bloqueado. Ha desaparecido un personaje clave de la política española y del socialismo español de las últimas décadas. Lo echaremos en falta.