OPINIÓN

Viva la madre que me parió

Una madre

Una madre / periodico

Olga Pereda

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Soy hija de mi madre. Un calco. Físicamente somos muy parecidas. Y en la manera de ser, idénticas. Coincidimos hasta en el tono de voz y la forma de reírnos. Cuando era pequeña y me enviaba a algún recado, entraba en la tienda de turno y decía soy la hija de… “No hace falta que sigas. Eres la viva imagen de tu madre”, me decían siempre. Y a mí me ponía mala.

Yo no me quería parecer a ella sino a él, mi padre, el ejecutivo que se partía el lomo trabajando. El que traía el dinero a casa, el dinero con el que viajábamos y comprábamos libros y ropa. Yo quería ser mi padre, que tenía despacho y secretaria. Él, que se había dejado el alma estudiando en la universidad. Él, que me explicaba las matemáticas (con más genio que paciencia, todo hay que decirlo) cuando me aturullaba. Él, que tenía viajes de trabajo. Comidas de trabajo. Reuniones de trabajo. Compañeros de trabajo.

Yo no quería ser mi madre. Porque mi madre ‘solo’ era ama de casa. Cuidaba de sus tres hijos y poco más. Me parecía una cosa menor. Insignificante.

Han tenido que pasar los años para darme cuenta de mi error. He tenido que ser madre para darme cuenta de que mi madre ha trabajado bastante más que mi padre. Mi madre no tenía horario. Era madre 24 horas al día, 365 días al año. Ella no tenía vacaciones. Ni días libres. Nunca se ponía enferma. Siempre nos estaba cuidando. Siempre, absolutamente siempre, estaba ahí.

Fregar el baño

Mi madre es hija de su tiempo, un tiempo en el que el feminismo apenas se sabía lo que era. Sin embargo, nos educó igual a los tres hermanos. Cuando éramos chavales, mi hermano tenía que hacer exactamente las mismas tareas que mi hermana y yo: desde hacer la cama hasta poner la mesa o recoger la habitación. Cuando empezamos a salir por la noche, mi hermano tenía que volver a casa a la misma hora que nosotras. Mi madre y mi padre nos trataban a mi hermana y a mí igual que a mi hermano. Y no en todas las casas pasaba lo mismo. En la urbanización de la playa donde pasábamos los veranos teníamos una amiga que cada tarde bajaba a la piscina bastante después de nosotros. No entendíamos muy bien por qué. Después supimos que ella era la encargada de fregar el baño cada día después de comer. Así lo ordenaba su madre. Su hermano, mientras, se tomaba un café con hielo. Tenía que relajarse, tomarse su tiempo. Era chico. Fregar era tarea de su hermana, que para algo era mujer.

Si hoy soy como soy se lo debo a mis padres. Pero, sobre todo, a mi madre. Me encanta parecerme tanto a ella. Estoy infinitamente orgullosa de ser un calco suyo.

Gracias por no rendirte nunca. Gracias por ser la persona más trabajadora que conozco. La más entregada, la más generosa, la más leal. Gracias por educarnos en la cultura del esfuerzo. Gracias por haber sido y seguir siendo una madre encantada de la vida. Gracias por estar orgullosa de nosotros tres. Gracias por tu sonrisa, tu alegría y tu vitalidad. Gracias por tu forma de ser. Suerte la mía llevar tus genes.