Análisis

Fracturas en el independentismo

Después de varias alusiones negativas hacia Junqueras y ERC, Puigdemont está enfrentándose a los políticos presos de su propia coalición

Carles Puigdemont y su número dos en la lista europea, Toni Comín

Carles Puigdemont y su número dos en la lista europea, Toni Comín / periodico

Eulàlia Vintró

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A medida que la campaña electoral avanza, a la espera de la traca final con el debate a cinco en una televisión privada y sus consecuencias en los tres últimos días previos a las elecciones, se producen fenómenos que difícilmente tendrán marcha atrás.

No es ningún secreto que el espacio independentista está ocupado por diversas fuerzas políticas con diferencias en cuanto a sus orígenes y su historia así como por sus planteamientos políticos y sociales, más allá de una aparente unidad limitada a la independencia y la creación de una república catalana. Sin embargo, nunca nos han dicho cuáles serían sus rasgos fundamentales, ni sus principios, ni sus valores. Y es lógico, ya que no son fáciles acuerdos entre los herederos de la conservadora CDC y los antisistema de la CUP pasando por la centenaria ERC que ha demostrado una enorme capacidad de adaptación a lo largo de los años en función de sus intereses de partido y que ha supeditado los objetivos de izquierdas y republicanos a pactar con el poder y ocupar puestos de Gobierno.

Si nos centramos ahora en JxCat, podemos ver hasta qué punto la confusión, las contradicciones y las incertidumbres enturbian la propuesta electoral de una fuerza que hegemonizó Catalunya durante más de veinte años. Modificar los objetivos -de la autonomía a la independencia-, cambiar de nombre y de sigla  -CIU/CDC, PDECat, JxSÍ, JxCat-, sustituir la presidencia del partido y de la Generalitat en un par de años -Mas, Pascal-Bonvehí, Bonvehí solo, y Mas, Puigdemont, Torra-, todo eso pasa factura entre el electorado que desconfía de cómo ordenará el país quien no es capaz ni de poner orden en casa. Tampoco ha ayudado la huida de Puigdemont y las constantes salidas de tono del expresidente desde Waterloo tratando, así, de hacerse presente y de condicionar la política catalana y la española. De momento lo único que ha logrado es reducir las expectativas de voto y de escaños, dejar de ser la primera fuerza independentista -coinciden todas las encuestas- y hacer más que previsible una escisión dentro del PDECat.

Por si fuera poco, y después de varias alusiones negativas hacia Junqueras y ERC, Puigdemont está enfrentándose a los políticos presos de su propia coalición. En efecto, hace pocos días estos escribían una carta en un diario con el compromiso de favorecer un Gobierno estable del Estado, de no ser inflexibles y radicales siempre que el candidato "se comprometa a abordar el camino del diálogo y no niegue el referéndum de autodeterminación como una de las opciones de solución".

El referéndum, pues, dejaba de ser una línea roja. La oferta ha durado poco. Tanto Puigdemont como Borràs se han apresurado a recuperar el terreno de las líneas rojas y de la exigencia de autodeterminación, de relator y de fin de la represión estatal.

ERC ha optado por menospreciar estos cambios de criterio y las críticas más o menos abiertas que le llegan desde JxCat. Ha asumido que hoy su rival no es su socio circunstancial de Gobierno y que hay que disputar los votos a socialistas y comunes. Tienen el 'sorpasso' a tocar y no quieren equivocarse