La hoguera

Caperucita y las lobas feroces

El utopista es un ciego paranoico que encuentra conspiraciones hasta en 'Los tres cerditos' y que no duda un instante en reforzar su prejuicio

TELE CAPERUCITA

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Juan Soto Ivars

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Betevé emitía el martes un reportaje fascinante. Tres madres, autodenominadas Comisión de Género, repasan uno a uno los cuentos de acceso infantil de la biblioteca de la escuela Táber del barrio de Sarriá. Aplicadas, como estudiantes de primera fila de las que preguntan con agobio extremo si hay que presentar el trabajo con clip o con grapa, estas madres se dedican a colocar palotes en una tabla según valoran ellas los niveles de veneno machista de cada libro. Los más venenosos, fuera.

¿Hallan un delicioso volumen del 'Mein Kampf' ilustrado? ¿Un cuentecito llamado 'Diviértete con el minino Henry Miller'? ¿El fabuloso 'Gerónimo Stilton conoce a Paris Hilton'? No. Eliminan cuentos como 'Caperucita' o 'La bella durmiente' y 'La leyenda de Sant Jordi', porque ellas están en contra de que un príncipe rescate princesas utilizando la brutalidad. En la utopía de estas madres, la brutalidad la ejercen ellas, empezando por eliminar libros.

Sacar libros a coces de una biblioteca dejó de considerarse un método educativo con la caída de la URSS, el franquismo y otros regímenes que compartieron el delirio de crear al hombre nuevo desde sus cimientos, pero las utopías renovadoras han vuelto. El utopista es un ciego paranoico que encuentra conspiraciones hasta en 'Los tres cerditos' y que no duda un instante en reforzar su prejuicio. Y otras escuelas han anunciado que seguirán su ejemplo.

Ni siquiera entraré a discutir qué clase de valores transmite 'Caperucita', cuento ideado para enseñar a los niños que tengan cuidado con las adulaciones de los extraños (¿se entendería mejor si en vez del lobo fueran los cinco de 'La manada'?). Porque detrás de esta iniciativa se lee, entre líneas, una derrota absoluta: la aceptación de que no se dispone de tiempo para estar con los hijos, para leer con ellos, para explicarles, llegado el caso, que los valerosos príncipes de los cuentos también pueden ser mujeres si uno le echa un poquito de imaginación.

Ejemplo: Caperucita iba a leer a la biblioteca de su abuelita y de pronto aparecieron tres lobas feroces.