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Libros en llamas

Susan Orlean, en su reciente visita a Barcelona.

Susan Orlean, en su reciente visita a Barcelona. / periodico

Miqui Otero

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Si la casa ardiera y solo pudieras rescatar un gato o un lienzo de Rembrandt, ¿qué salvarías?

Debes contestar rápido. Como rezan los anuncios de préstamos de dinero express: ¡No se lo piense! La pregunta es maliciosa, pero en mi descargo diré que no la he planteado yo. Lo hizo Karl Ove Knausgard para explicar por qué es injusto plantearle a un escritor (convencido de que su arte es lo más importante) si debe o no escribir sobre las miserias de su propia familia. Él afirmó que se debía salvar al gato, porque es un ser vivo, si bien en seis libros se dedicó a explicar la intimidad de todos los suyos.

Ahora Temas de hoy ha editado 'La biblioteca en llamas', de Susan Orlean, donde se narra la historia del incendio de la Biblioteca Central de Los Angeles a mediados de los 80. Ardieron medio millón de libros (un Quijote de Doré, todo Shakespeare, las biografías de la h a la k y hasta seis libros de recetas de palomitas)  y resultaron dañados otros 700.000. Este libro, a caballo entre el reportaje 'true crime' fascinante del pirómano y el elogio de la biblioteca pública como núcleo de ayuda social, es también un acto de justicia poética: la noticia apenas tuvo impacto en  su día porque coincidió con el desastre nuclear en Chernobyl.

 El incendio sucedió el 29 de abril de 1986, pocos días después de Sant Jordi, que ahora se acerca de nuevo, esa preciosa tradición que, sin embargo, consiste más en comprar libros que en leerlos. Libros los han quemado personajes muy distintos pero siempre por las mismas razones: emperadores chinos del 213 a. C., fanáticos de la Inquisición y nazis en la plaza de la Ópera de Berlín. Ahora no se estila demasiado en nuestro entorno, aunque la realidad se vea amenazada por mecanismos fascistas de nuevos autoritarios y, volviendo a la pregunta inicial, las redes sociales se llenen de fotografías de gatetes y (en esto yo también colaboro) cubiertas de libros cerrados.

Así que sería oportuno rescatar aquella cita de Ray Bradbury, que desde que escribió 'Farenheit 451' de esto sabía un poco, como lema antifascista y aviso para el próximo Sant Jordi: “Hay crímenes peores que quemar libros. Uno de ellos es no leerlos”.

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