ANÁLISIS

La maravillosa experiencia de la Champions

El tercer gol, el que diluyó el sufrimiento, entró llorando, un reflejo aproximado de cómo se resolvió el pase a cuartos de final

Messi celebra un gol ante el Olympique de Lyon.

Messi celebra un gol ante el Olympique de Lyon. / periodico

Albert Guasch

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En esta fase de ser o no ser, en este punto en que todos caminan sobre un tablón que cruza el precipicio, la Champions acelera las pulsaciones, sacude la serenidad de las competiciones domésticas, obliga a preguntarse por el pálpito antes del pitido inicial... Todos nos auscultamos, nos corroen las dudas, nos ponemos en pie, sufrimos como en la infancia.  La Champions es maravillosa. En este formato o en cualquiera que pudiera inventarse. No conviene hacer caso a los silbidos del Camp Nou al himno. Se abuchea por otras cosas. A la gente le encanta la competición. Y a los jugadores, aún más, como pudo comprobarse ante el Olympique de Lyón. Qué verbena se vivió ayer.

Extraordinaria puesta a punto la del equipo de Valverde, que disputó una primera parte completísima como colectivo. Hasta Coutinho pareció de nuevo un futbolista válido. Pero sobre el tablón que cruza el abismo no se suele avanzar como en un paseo en el parque. Cualquier ráfaga de aire puede provocar una caída y en la segunda parte sopló el miedo en el Camp Nou. Hasta que Leo Messi cogió al equipo de la mano y lo llevó a salvo a la otra orilla.

El tercer gol azulgrana, el que diluyó el sufrimiento y certificó la conquista de cuartos por decimosegunda ocasión consecutiva, entró llorando tras el golpe con la derecha del argentino y acabó convirtiéndose por ello en una metáfora aproximada de cómo se resolvió la eliminatoria. Tan exhuberante que fue el juego barcelonista en los primeros 45 minutos y tanto que hubo que agarrarse a los costados para no caer.

La Champions, se ha visto en todos los otros emparejamientos, exige carácter, aparte de la calidad futbolística que le falta ahora al Madrid de Florentino y el atrevimiento que no tiene el Atlético de Simeone. El equipo azulgrana supo sobreponerse a las sacudidas del hipervitaminado cuadro francés, que alberga en su plantilla a varios jugadores que no extrañaría acabaran recibiendo tentaciones de grandes clubs con necesidad de reformas.

La mano de Valverde

Valverde volvió a enderezar el equipo cuando requirió de su mano. Recurrió a la fórmula Dembélé que tan bien le funcionó en la última cita de la Liga. Otra vez el francés implosionó al colectivo y sobre todo a Messi, que no se dejó ensombrecer por la proeza de Cristiano Ronaldo. Como en los viejos tiempos, se retaron a la distancia. Esta eliminatoria de octavos pertenece a ambos. 

La hipermotivación espera en cuartos. En las tres últimas ediciones ha sido el agujero por el que ha caído el Barça. Pero con un Messi así, se camina mejor.