Análisis
¡Que vienen los rusos!
El gran caballo de Troya ruso penetra en los partidos y en la sociedad, a través de herramientas de diplomacia pública
Cristina Manzano
Directora de Esglobal
Cristina Manzano
El Caballo de Troya. Así bautizó la amenaza rusa en Europa The Atlantic Council, un 'think tank' norteamericano, en un informe publicado hace un par de años. “Una guía –decía- para políticos, periodistas y expertos que quieran entender cómo el Kremlin cultiva aliados políticos en Occidente con el fin de minar el consenso europeo, dividir a sus sociedades y sembrar la desconfianza en las instituciones democráticas”.
Después de las innumerables pistas que llevaban a la trama rusa y su papel en las presidenciales norteamericanas de 2016, la atención se volcaba de lleno en el Viejo Continente. La eclosión de su manejo magistral de armas como la desinformación y de las redes sociales dejó sentir su impacto por acción o por omisión. Recuérdese, por ejemplo, que los Países Bajos decidieron prescindir del conteo electrónico de votos y volver al manual en sus elecciones generales ante el temor de posibles injerencias.
Es obvio que esos “aliados políticos” a los que aludía el informe se encontraban, y se encuentran entre los grupos de extrema derecha que pueblan ya toda la Unión, desde Reino Unido (UKIP) hasta Alemania (AfD), pasando por la Francia del antiguo Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional), o la Grecia de Amanecer Dorado, por citar solo algunos. Pero entre los amigos del Kremlin también se hallaban otros partidos netamente populistas como el italiano Cinco Estrellas (que parecía de izquierdas hasta que decidió aliarse con la ultra Liga) o directamente de izquierdas, como Syriza. La ideología, en realidad, da igual. Se trata de localizar elementos que permitan desestabilizar el sistema desde dentro.
Además de en los partidos, el gran caballo de Troya ruso penetra, o lo intenta, en el conjunto de la sociedad, con eficaces herramientas de diplomacia pública como el canal de televisión RT o la web Sputnik. Estas logran, entre ciertas audiencias, establecer una agenda paralela a la convencional y mostrar “sutilmente” la ineficiencia y la corrupción de las democracias occidentales. No hay que olvidar tampoco cómo “cuida” Moscú a las poblaciones rusas que se encuentran en diversos países europeos, los bálticos, sobre todo, pero también Alemania o Rumanía.
La sombra rusa planea de nuevo con fuerza según se acercan las elecciones al Parlamento Europeo. La posibilidad de que los partidos eurófobos alcancen hasta un tercio de los escaños arroja nuevas inquietudes al futuro de la UE. Ya no se trata solo de cómo pueda intervenir en la campaña, sino de su potencial influencia –a través de dichos partidos- a la hora de bloquear determinadas agendas como la de comercio exterior, o de promover el fin de de las sanciones a la propia Rusia a raíz de la anexión unilateral de Crimea.
En algunos círculos el posible papel de Rusia como comandante en jefe de la internacional de la conspiración se vive como una auténtica obsesión. Demasiados indicios apuntan a su intervención, y es necesario combatirla; pero ello no debería impedir seguir rastreando los motivos por los que una parte de la ciudadanía europea se ha alejado tan drásticamente del proyecto común.
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