El debate territorial

La Catalunya y la España imposibles

La Catalunya unilateral y la España uniforme son sencillamente inviables

ilustracion  de leonard  beard

ilustracion de leonard beard / periodico

Albert Sàez

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La doble vuelta electoral que se avecina va a poner el debate territorial en la cresta de la ola. Dos de las formaciones electorales en liza han nacido en este 'frame': Ciudadanos, primero, y Vox, más recientemente. Esquerra y el PDECat, tras dejar caer el Gobierno Sánchez ya solo actúan en el eje territorial mientras que PSOE Podemos tratan de abrir un lenguaje y una agenda propia entre la jauría de Twitter y el populismo de las televisiones en decadencia. En este torbellino conviene poner tanta calma como sea necesario, principalmente para aislar lo posible de las simples ocurrencias de los '.

Tanto si los acusados del anterior Govern de la Generalitat mienten, cosa que les permite la ley, como si dicen verdad, empieza a quedar claro que la Catalunya unilateral es imposible. No porque el 1-O no fuera un gran acto cívico de desobediencia civil, como dijo este martes Jordi Cuixart, sino porque las bases que lo querían convertir en algo eficaz jurídicamente, las leyes del 6 y 7 de septiembre, no solo se hicieron contra el ordenamiento legal español sino contra la mitad de la población. Si ya es una quimera construir la independencia contra España, hacerlo contra la mitad de Catalunya es sencillamente inviable. La obcecación legitimista, que ahora queda circunscrita a Puigdemont y a Comín, es la única que sostiene que la república se proclamó y que hay un mandato democrático para hacerla efectiva. El resto se suman lenta y decididamente a las tesis que expuso hace unos meses Xavier Vendrell que, utilizando una metáfora alpinista, explicó que cuando alguien se propone alcanzar una cumbre y fracasa por una vía, lo inteligente es buscar un camino alternativo. De lo contrario, lo que se hace es renunciar al objetivo al chocar una y otra vez contra el propio fracaso. La persistencia en la unilateralidad y su consideración como única vía a la independencia pone en bandeja a sus contrarios la capacidad de desacreditar el fin al defender medios fracasados.

Tan imposible como la Catalunya unilateral es la España uniforme. Ya sea la versión 'heavy' de Vox y el PP de Casado, basada en una visión nacional romántica, como la fórmula afrancesada de Ciudadanos y algunos barones del PSOE, simplemente porque el Estado en España ha sido menos eficaz en su labor de identificación con una única nación. La España que algunos dicen defender a capa y espada simplemente no ha existido nunca y cuando se ha aproximado ha sido a sangre y fuego. Aceptar esta realidad no es avalar la astracanada de los independentistas irredentos cuando hablan de un Estado demófobo y de una justicia franquista. Pero la manera de combatir esta exageración no es blandiendo el orgullo de la democracia plena con esa altanería tan hispánica y también supremacista. España es tan democrática como cualquiera de sus homólogos europeos, pero también necesita como ellos profundizar, reformarse, pulir aristas…

Llama la atención que desde una formación que se reclama liberal como Ciudadanos, o desde sus fronteras con el PSOE, se proponga responder a la hipérbole independentista con un ejercicio de contrapropaganda en lugar de hacerlo con una agenda reformista. Como dijo este martes Josep Borrell, “España está mal cocinada en el horno de la historia”. Y la solución no es servir un plato medio crudo sino volver a pasarlo un poco más.

España y Catalunya son sociedades más maduras de lo que vemos en Twitter o en los medios de comunicación. Los hechos lo demuestran. El malestar social ha encontrado representación política de manera más eficiente que en Francia, en Italia o en Grecia. Menos que en Portugal. Ese es el hilo del que hay que tirar. Dos millones de catalanes no se sienten a gusto en España. Y otros tantos no lo estarían en una Catalunya unilateral. Aceptar esa realidad no es fácil en campaña electoral, pero es imprescindible para gobernar. Emulando a uno de los fiscales que intervienen en el juicio del Supremo, Segovia no es “solo” de los segovianos, pero aún menos es “solo” de los funcionarios del Estado. Algo, pues, habrá que hacer aparte de ganar las elecciones diciendo que no hay que hacer nada, como hace el PP desde el 2011, o que no hay nada que hacer, como hace el legitimismo de Puigdemont.

En los últimos años, hemos visto muchas cosas que pensábamos que no veríamos jamás: desde exvicepresidentes del Gobierno en el banquillo de los acusados, un expresidente de la Generalitat confesando lo inconfesable, miembros de la familia real en los tribunales, el Supremo decidiendo en directo el futuro de las hipotecas a favor de los bancos, o una pantalla gigante para ver un juicio como si fuera el fútbol. Hemos visto que lo que parecía imposible, no lo era. Lo que no hemos visto jamás es hacer posible lo que es imposible. Empecemos por aquí.