Dos miradas

Desencadenando

Es una falacia imaginar un Estado español donde el nacionalismo está ausente y solo rebrota como reacción contra la otra radicalidad

Josep Borrell, durante la convención del Partido Socialista Europeo en Madrid, este viernes.

Josep Borrell, durante la convención del Partido Socialista Europeo en Madrid, este viernes. / BALLESTEROS

Josep Maria Fonalleras

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En el relato sobre la incidencia del independentismo en el rebrote del nacionalismo español se produce una primera falacia que vale la pena destacar. Se habla de él como si este nacionalismo extremo (el español) viviera en un letargo invernal del que solo despertará si hay un revuelo notable. Es un monstruo apaciguado, silente, que no molesta ni se hace notar. Quien defiende esta teoría contempla el nacionalismo español como una especie de ectoplasma sin forma y obvia el hecho de que todos los nacionalismos pretenden lo mismo, es decir, imponerse como estructura de poder, con la diferencia que los nacionalismos con estado ya tienen incorporada la pulsión a su dinámica habitual, burocrática, de tal manera que no parecen nacionalismos porque la imposición ya es estructura. Será por eso que políticos como Borrell comparan nacionalismos y los identifican con los extremos. La falacia es imaginar un Estado español donde el nacionalismo está ausente y solo rebrota como reacción contra la otra radicalidad, mientras que es en la aséptica razón de Estado donde habita la esencia de la moderación.

Decir que la guerra civil se desencadenó porque el nacionalismo catalán "excita y produce una reacción violenta del nacionalismo español" es mentira y barbaridad, porque, entre otras cosas, olvida que la "reacción violenta", fascista, iba contra un régimen establecido y democrático. No contra un extremo sino contra una legalidad.