Premios Ciutat de BCN

Abandonar la democracia

Marcharse de un acto oficial es salirse de los límites que marcan las reglas del juego

Las sillas vacías de los concejales de Cs y el PP en la entrega de los premios Ciutat de Barcelona.

Las sillas vacías de los concejales de Cs y el PP en la entrega de los premios Ciutat de Barcelona. / periodico

Jordi Puntí

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Jueves 14 de febrero. Entrega de los premios Ciutat de Barcelonapremios Ciutat de Barcelona. El periodista Jesús Rodríguez recibe el premio en la categoría de Medios de Comunicación, en nombre de La Directa, por el reportaje 'La guerra bruta de l’aigua'. En su parlamento, Rodríguez recuerda la necesidad del periodismo mientras “algunos partidos políticos pretendan pervertir el lenguaje y hacernos decir políticos presos en lugar de presos políticos”. Al instante, como empujados por un resorte, se levantan tres miembros del grupo municipal de Ciudadanos y abandonan el Saló de Cent, en pleno acto oficial. Son Carina Mejías, Marilén Barceló y Santiago Alonso (los otros dos representantes no estaban). Un rato más tarde se les añade Alberto Fernández Díaz, del PP (sus otros dos compañeros de partido tampoco estaban).

No sé si son conscientes de que su salida se percibe como una pataleta infantil, o si más bien lo entienden como un acto de precampaña electoral -todo cuenta-, pero abandonar un acto oficial es salirse de los límites que marcan las reglas del juego. Siguiendo el verbo hiperbólico de Ciudadanos, podríamos decir que lo que hacen es abandonar la democracia. Tanto hablar del respeto a la Constitución, y esa actitud de desprecio les deja en fuera de juego. No solo eso, sino que nos hace dudar de su idea de democracia. Si salieron elegidos, si los ciudadanos les pagamos un sueldo cada mes, a través del ayuntamiento, es también para que aguanten lo que no les gusta o les molesta.

Hace unas semanas, como un ensayo para su futuro, Manuel Valls también se marchó de la cena de los premios Nadal por las mismas razones. Tenía todo el derecho porque era un acto privado, pero en el gesto de salir de escena se vislumbra una altivez que hace pensar en lo que ocurriría si un día fuera alcalde de Barcelona, bajo el paraguas de Ciudadanos. La mezcla de esta intolerancia dogmática por todo lo que no cuadra con el liberalismo neocon del partido, junto con el desconocimiento de la realidad de la ciudad donde acaba de llegar, podría ofrecer episodios de un ridículo internacional. La vergüenza ajena nos acecha.