UN LARGO CONFLICTO BÉLICO

Putin gana la guerra de nunca acabar

Los aliados de Bashar al Asad anuncian la cercanía de la paz, pero la posibilidad de un futuro estable y sin bombas no se vislumbra a la vuelta de la esquina

Rohaní, Putin y Erdogan, en la cumbre de Rusia.

Rohaní, Putin y Erdogan, en la cumbre de Rusia. / periodico

Albert Garrido

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A punto de cumplirse ocho años del inicio de la carnicería en Siria, el presidente Donald Trump da por derrotado el Estado Islámico y retira las tropas del campo de batalla y los aliados de Bashar al Asad anuncian la cercanía de la paz, pero la posibilidad de un futuro estable y sin bombas no se vislumbra a la vuelta de la esquina. Se adivina más bien un nuevo-viejo conflicto en puertas, dejados los kurdos a los pies de los caballos por Estados Unidos y a merced de los designios del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan; se atisba el renacer de una franquicia de Al Qaeda en Idlib, sometida a un programa intensivo de bombardeos; se intuye la oposición de Irán a un futuro sin el concurso de Hizbulá, y algún resquemor más entre presuntos aliados.

La reunión de este jueves en Sochi de los tres protectores del régimen sirio –Rusia, Irán y Turquía– sirve tanto para vislumbrar la victoria de Asad, aunque sin fecha segura, como para subrayar sus diferencias de criterio y, lo que no es menos importante, para resaltar la ausencia de Estados Unidos y sus socios en el diseño de la salida a la matanza, si es que tal salida existe. El desarrollo de los acontecimientos a partir del 2015, los errores de apreciación cometidos por la Administración de Barack Obama y los titubeos de siempre de los europeos han dejado en otras manos el futuro sirio, a pesar de que Europa es y será por mucho tiempo el territorio más afectado por el desenlace de la guerra: flujo de refugiados, excombatientes del ISIS de vuelta a casa con sus traumas o intoxicación a cuestas –el caso de Shamima Begum, el último conocido– y la eficacia del poder blando puesta en duda por las soluciones expeditivas.

Ninguna garantía

No solo eso, la aparente aniquilación del califato no es garantía de una mayor seguridad dentro y fuera del mundo musulmán. Por el contrario, nadie sabe cuál será el nuevo actor universal de referencia del yihadismo ni si este será una organización de nuevo cuño, la sucesora natural de Al Qaeda, del ISIS o de ambas al mismo tiempo o, quizá, una versión adaptada a la realidad local de un nuevo escenario propicio. Solo la máquina de propaganda de la Casa Blanca puede creer que la derrota en Siria del califato sedicente aclara sin reservas el futuro y liquida el desafío integrista en Oriente Próximo.

Con los anuncios de una paz muy cercana ni siquiera se despeja la duda sobre la posibilidad real de reconstruir el tejido social de una comunidad devastada, derrotada en la batalla contra el autócrata. Como en los demás escenarios de las primaveras árabes, salvo en Túnez, el baño de sangre ha condenado a las víctimas a quedar sometidas a los planes de fuerzas foráneas, aunque el presidente iraní, Hasán Rohani, diga que los “grandes pasos” de Sochi han sido posibles sin la intervención de “ningún poder extranjero”. Ha salido vencedora la estrategia de Vladimir Putin, convocante de la cumbre, de convertirse en voz ineludible para liquidar o por lo menos atenuar la crisis, aunque acaso el papel a desempeñar por Siria en el futuro sea el del enfermo crónico.

TEMAS