La lacra del machismo
La urgencia de transformar la masculinidad
El peso del patriarcado no permite incorporar en la educación de los hombres capacidades como la empatía, el diálogo, el respeto o la autocrítica
Gemma Altell
Psicóloga social. Fundadora de G360.
Gemma Altell
Empezar el año con una avalancha de<strong> crímenes machistas</strong> y de agresiones sexuales en España nos lleva, una vez más, a ratificar la necesidad de plantearnos -mucho más en serio de lo que lo hemos hecho hasta ahora- la necesidad de una transformación social profunda. Más allá del cumplimiento de las leyes que, obviamente, es imprescindible. Desgraciadamente, estas nuevas cifras de mujeres muertas y agredidas nos ratifica en que las propuestas de la ultraderecha populista de eliminar el concepto "violencias machistas" y las leyes que las abordan están, indudablemente, fuera de lugar.
No cambiaremos la situación solo con leyes, hace falta modificar prácticas diarias e iniciar un nuevo paradigma educativo global
Sin embargo, las violencias machistas extremas son la punta del iceberg. Estas violencias son fruto de la construcción hegemónica de la masculinidad que se ha ido perpetuando y manteniendo a lo largo de los siglos. Esta masculinidad en la que seguimos educando a nuestros hijos varones dentro de las familias, a través de los medios de comunicación, en la cultura, en el grupo de iguales, el ámbito laboral y -por qué no decirlo- en parte también en la escuela y que lleva a daños sociales y personales que van más allá de las mujeres. Hay que hablar de cómo esta sociedad "construye y ha construido" hombres. La masculinidad hegemónica no ha dotado a los hombres, a lo largo de su historia, de otras herramientas para resolver conflictos o situaciones límite ni para conocer y responder a las emociones que no sean la violencia, la agresividad y la confrontación. Pese a que como especie humana sabemos que la empatía, la capacidad de diálogo, el respeto, la identificación de las propias debilidades y carencias, la autocrítica, etc, son capacidades imprescindibles para desarrollar un mundo mejor, el patriarcado no permite incorporarlas masivamente en la educación de los hombres. Y el reflejo de esta situación lo encontramos en situaciones tan dispares como la muerte de un bebé presuntamente a manos de su padre (cierto que hay mujeres que agreden a sus hijos e hijas pero el porcentaje es ínfimo en relación a los hombres), el posible hundimiento de un partido político necesario en la escena actual fruto de un conflicto de liderazgos masculinos y machistas o el abordaje bélico de la crisis en Venezuela -como tantas otras en el mundo-. ¿Son cuestiones que no tienen nada que ver? No, pero tienen este elemento común: las limitaciones de los hombres que han incorporado la masculinidad tradicional como un traje hecho a medida que no se pueden sacar por miedo a quedarse desnudos.
Insisto, esta situación no la cambiaremos solo con leyes. Urge cambiar prácticas diarias e iniciar un nuevo paradigma educativo global. No hablo solo de las instancias oficialmente educadoras; hablo de todos los espacios que permitan ampliar las posibilidades, el repertorio conductual y mental que el "corsé" del género les impone también a los hombres. Esto no va de la guerra contra los hombres sino de la guerra contra la construcción que hemos hecho y seguimos haciendo de lo que es ser hombre. Es urgente este cambio para la humanidad. Esta masculinidad siega vidas y siega futuros.
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