El conflicto catalán

Solucionar problemas es de fuertes

Debemos esforzarnos porque siempre, siempre, una solución pactada, es mejor que cualquier solución (por llamarla de alguna manera) impuesta

El Gobierno acepta crear la figura de un "relator" para Catalunya

El Gobierno acepta crear la figura de un “relator” para Catalunya. En la imagen, reunión de la mesa de diálogo entre Quim Torra, miembros del Govern y representantes de PSC, ERC y JxCAT, el martes. / periodico

Sonia Andolz

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Problema. Solución. Simple, no sencillo. Estas palabras bien podrían ser el lema de la resolución de conflictos. El objetivo principal es encontrar una solución al problema que se presenta. Además, esta solución debe ser posible –llevarla a cabo–, sostenible y duradera –no temporal-.

El primer paso, pues, es reconocer la existencia de ese problema. Algo que parece obvio pero que no lo ha sido hasta ahora en el escenario político español. El anterior Gobierno y parte de la sociedad mantienen que no hay un conflicto con Catalunya sino que solo hay un grupo de políticos díscolos movidos por intereses individuales. Esta visión tan cerrada y estrecha es parte del problema en sí puesto que mientras no se acepta su existencia, no se buscan soluciones. Así pues, que el Gobierno de Sánchez reconozca de forma fáctica que hay un choque de objetivos con Catalunya ya es un primer paso.

En segundo lugar, las partes involucradas pueden: intentar solucionarlo ellas solas, no hacer nada al respecto y mantener el statu quo o reconocer que no saben solucionarlo y acogerse a la resolución de conflictos. Ante esta opción, disponen de varios mecanismos de gestión y resolución. Ahí es justo donde nos encontramos ahora. Después de años de negación del problema y posterior intento de solución por la fuerza –jurídica, económica, política o policial– el Gobierno actual ha decidido probar otras vías.

Es sintomático que ello se vea como una debilidad o traición. La mediación y negociación es algo que utilizan todos los gobiernos del mundo. Parte del problema es la penosa cultura democrática que tenemos y que arrastramos, especialmente después de una vanagloriada Transición sin justicia transicional. Los fuertes ganan, se imponen, no rinden cuentas, y aquí paz y mañana gloria. ¿Para qué esforzarse en dialogar? ¿En encontrar soluciones? Pues bien, debemos esforzarnos porque siempre, siempre, una solución pactada, es mejor que cualquier solución (por llamarla de alguna manera) impuesta.