IDEAS

De cultura extranjera

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Jordi Puntí

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Leo en el periódico de este viernes que el Instituto de Estudios Norteamericanos dejará de dar clases de inglés en Barcelona. No sé cómo interpretar la noticia: si es que todo el mundo ya sabe inglés -lo dudo- o si la competencia es demasiado fuerte. Tampoco me imagino que la influencia negativa de Donald Trump y su inglés sin subordinadas llegue a ese extremo. Como contrapunto, la noticia también cuenta que ahora se dedicarán sobre todo a promocionar el intercambio cultural entre Catalunya y Estados Unidos. En los últimos años, este diálogo se ha producido esencialmente con la música, pero es fácil recordar momentos en que el IEN ha tenido una dimensión literaria de primer nivel. En 1985, por ejemplo, James Baldwin y Toni Morrison participaron en el instituto en un debate sobre “la tradición literaria negra norteamericana”. Y en años posteriores también pasaron autores como William Kennedy, Sandra Cisneros Richard Ford, entre otros.

Institutos como el de Estudios Norteamericanos, el Francés o el Goethe han jugado desde finales del franquista un papel de embajadas de libertad cultural

Pensándolo bien, está por hacer un estudio de la influencia cultural que han tenido en Catalunya las instituciones de otros países, desde el Instituto Francés al British Council, el Goethe Institute, el Instituto Italiano, la Casa América o el propio IEN. A menudo han jugado un papel excepcional desde finales del franquismo: eran embajadas de libertad cultural, donde se podía acceder al cine, la música y la literatura que se hacía en su lengua. Quizás la globalización ha ido borrando esta huella distintiva, pero todos los que hemos pasado por ellos en algún momento conservamos grandes recuerdos.

En mi caso, el IEN irá siempre asociado a la figura del escritor Robert Coover, que en 1990 presentó allí la novela 'La fiesta de Gerald' (Anagrama). Tras una introducción de Juan Antonio Masoliver, Coover leyó un fragmento bastante largo de su novela -un hecho inusual en Barcelona- y exhibió sus dotes como intérprete, entregándose a todo un festival de voces y acentos que traducían el potencial humorístico y perverso del libro. Aún hoy, si releo algunas páginas de esa novela excepcionalmente buena, oigo su voz haciendo todas esas entonaciones.