Crisis en el país sudamericano
Ni Maduro ni Trump
Chavistas y opositores se han unido en la calle únicamente por el hartazgo y la impotencia ante un Gobierno que hace tiempo que no los ve ni los oye
Beatriz Lecumberri
Periodista y autora del libro 'La revolución sentimental. Viaje periodístico por la Venezuela de Chávez'
Beatriz Lecumberri
Hace tiempo que el desencanto de los venezolanos no tiene color político. Su sufrimiento no es ni de derechas ni de izquierdas. Como tampoco lo son el miedo, la sorpresa y la esperanza que sienten desde el miércoles decenas de miles de ellos, dentro y fuera del país.
En las calles de Venezuela, el 23 de enero hubo madres de los barrios pobres de Caracas y comerciantes pudientes, comunistas y liberales, ancianas que aprendieron a escribir gracias a las ‘misiones’ (programas sociales) lanzadas por Hugo Chávez y universitarios de clases pudientes, padres con hijos exiliados en España, Perú o Australia y familias que no pueden soñar con comprar un billete de avión.
Había chavistas y opositores. Un colorido caleidoscopio de venezolanos unidos únicamente por el hartazgo y la impotencia ante un Gobierno que hace tiempo que no los ve ni los oye. Que ignora su hambre, sus enfermedades, su incapacidad de llegar a fin de mes o su éxodo desesperado. Un Ejecutivo que no sabe o no quiere aplicar soluciones valientes ante la inflación, la violencia y la crisis humanitaria. Un grupo de dirigentes que vive de los menguantes réditos políticos y económicos de un presidente muerto y que intenta mantener a flote su endeble barco con el único fin de salvarse ellos mismos.
Derrota estrepitosa en la calle
El 23 enero, fecha en que el país sudamericano recuerda el fin de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez en 1958, derrocado por un movimiento social y un golpe de Estado militar, el gobierno de Nicolás Maduro perdió estrepitosamente la calle y no pudo esconder esa amarga derrota. La magnitud de las protestas resultaba inimaginable hace tan solo pocas semanas, pese a que en Venezuela lleva habiendo desde el 2017 una media de entre 30 y 45 pequeñas manifestaciones diarias para reclamar mejores salarios o pensiones, alimentos o medicinas, según cifras del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS).
La lealtad ciega a Maduro porque su Gobierno lleva, supuestamente, la etiqueta de la revolución pierde su razón ante las imágenes de las calles gritando por un cambio
Lo ocurrido en Venezuela el 23 de enero es auténtico. Un grito popular en un país donde el Gobierno, obsesionado por el poder, y la oposición, dividida, perseguida, silenciada y a menudo alejada de las preocupaciones reales de la gente, han defraudado muchísimo a los ciudadanos.
Sacar partido político de ese clamor de los venezolanos, apropiárselo y distorsionarlo desde una mirada estrecha, lejana y a menudo interesada es una falta de respeto hacia las miles y miles de personas que salieron a las calles el 23 de enero.
Una falta de respeto a los enfermos que han muerto por la falta de medicinas, a los niños desnutridos, a los padres que pierden peso por dar de cenar a sus hijos mientras ellos se van a dormir con el estómago vacío, a los estudiantes que no acuden a la universidad por no poder pagarse el transporte, a los profesores venezolanos que han decidido quedarse e intentar construir una mejor Venezuela pese a que su salario es ridículo o a las familias rotas por las ausencias.
La lealtad ciega a Maduro simplemente porque su Gobierno lleva, supuestamente, la etiqueta de la izquierda, la revolución, el socialismo y el antiimperialismo pierde su razón de ser ante la imagen de las calles de Venezuela inundadas de ciudadanos gritando al mundo que quieren un cambio.
Y el aplauso automático e incondicional a dirigentes como Donald Trump, cuyo compromiso con los derechos humanos y su interés sincero en América Latina son más que dudosos, únicamente por su reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela es igualmente triste y peligroso.
Es difícil hacer una lectura lúcida, fría y bien sustentada del paso adelante que ha dado Venezuela y de lo que sucederá en los días venideros. Está claro que el destino del país no depende únicamente de los venezolanos y por ello los discursos apresurados y partidistas, plagados de amalgamas facilonas, son piedras en el camino.
La legitimidad de Guaidó
¿Guaidó es un golpista o una simple pieza de este engranaje que está movido por la voluntad ciudadana? Está claro que las manifestaciones del miércoles le superan y sobrepasan. Su legitimidad para liderar una transición no se apoya en el aval de Trump y otros dirigentes, sino en los 14 millones de votos que recibió la Asamblea Nacional o Parlamento en el 2015 que el Gobierno de Maduro ha querido borrar del escenario político creando una Asamblea Nacional Constituyente paralela.
Es compatible ser de izquierdas y anti-Trump y creer que el fin del gobierno de Maduro es lo mejor que puede ocurrir en Venezuela. Muchos ciudadanos que salieron a la calle el 23 de enero así lo piensan.
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