Peccata minuta

Si lo sé, no llamo

Al cabo de 25 minutos, la carne se hace verbo y pregunta, para dirigírseme, cuál es mi nombre. «Joan», le digo. Y ella: «¿Juan, en qué puedo ayudarle?»

Una persona utilizando su teléfono móvil.

Una persona utilizando su teléfono móvil.

Joan Ollé

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Llamo al servicio de atención al cliente de una gran empresa de telefonía y una simpática voz virtual me pide mi número, para luego solicitarme qué servicio prefiero entre los que ella me pueda ofrecer.  Silabeo «fac-tu-ras». La voz me notifica que todo el personal anda atareadísimo (¡que pongan más!) así como que el tiempo mínimo de espera será de cinco minutos. Al cabo de 25, la carne se hace verbo y pregunta, para dirigírseme, cuál es mi nombre. «Joan», le digo. Y ella: «¿Juan, en qué puedo ayudarle?»

Una vez resuelta  infructuosamente la consulta, la voz me propone pasar de mi actual tarifa a otra de nueva, con la que me ahorraría 5 pavos al mes. Le  respondo que menos da una piedra y que adelante. Ella me invita a responder a sus preguntas, comprometiéndome  verbalmente con mi nuevo contrato, ya que las palabras serán grabadas. Al acabar el interrogatorio me notifica que en pocos días recibiré una llamada sobre la calidad de su atención, le digo que excelente y nos deseamos un buen año.

Al cabo de nada llega mi compañera a casa, y, al rato, comenta que la tele no va. También ella, sin yo enterarme (de tan atareado que andaba, como los estajanovistas agentes) llama a la empresa para confiarles la avería, y le insisten en que sus atendedores van tanto o más de culo que yo. Al cabo de hora y cuarto de reloj una voz razona:  «¿Cómo van a tener tele si acaban de rescindir el contrato?».

Como titular de la línea, me pongo al aparato; la voz me notifica que al dar de alta el nuevo servicio se da por muerto el antiguo, ya que el moderno va por parabólica (ingenio del que no disponemos), y me anima a instalar el cacharro en el terrado o a acudir personalmente a cualquiera de sus muchas tiendas a cambiar descodificador viejo por nuevo, previo nuevo interrogatorio. También, ante mi creciente perplejidad, me hace saber que la pasta no va de más a menos, como me había prometido su colega en nuestra conversación no grabada ni consultable,  sino de 175 a 180 euros, pero que este aumento incluye, tachín, tachín... ¡un servicio de atención preferente, sin largas y molestas esperas!

Me trago el comentario y le susurro aquello de «virgencita, que me quede como estaba», pero ella contraataca con el «Santa Rita, Rita...», ya que «el sistema» no permite regresar a lo de antes (¡oh, irreversibilidad!), como tampoco permite hablar en vivo con un responsable de más alta graduación que nuestra amable interlocutora, que para esto está la pagina web.

Una empresa de telefonía con la que no se puede hablar. El instalador vendrá antes del 2 de febrero. Estamos totalmente indefensos. Si lo sé, no llamo.