ANÁLISIS

El valor del diálogo

Sánchez y Torra deben correr el riesgo de hablar y negociar, no referirse a ello solo retóricamente

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TONI AIRA

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Joan Esculies ha escrito un libro de prescripción casi obligatoria para los tiempos políticos que corren: 'Ernest Lluch. Biografia d’un intel·lectual agitador' (RBA). Intelectual y agitador. Ya atrapa por el título. Y al leer el contenido, efectivamente, nos reafirma en la admiración por la figura de Lluch, pero también confirma el valor que él daba al diálogo, no como sinónimo de renuncia, sino como opción de avance y como excusa para remover contextos estancados y difíciles.

Lo asesinaron por defender sentarse con el antagonista más visceral, y de aquellos días recuerdo las palabras de Gemma Nierga: "Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, hubiera intentado dialogar. Ustedes que pueden, dialoguen, por favor" . La cara de José María Aznar, escuchando aquello en primera fila de pancarta, era un poema. Lo descolocó. Que de hecho es lo que hace el diálogo con los intransigentes, con los de las verdades absolutas. Pero incluso con ellos (o sobre todo con ellos, según cómo) es necesario conjugar este verbo: dialogar. Exigirlo y practicarlo. Este es el valor del diálogo. La suma, no lo contrario.

Agotamiento ciudadano

Ahora este libro ve la luz en una Catalunya y una España que sufren una crisis existencial como hacía décadas que no veíamos. Y las encuestas (las mismas que últimamente siempre se equivocan) quizá aún no lo recogen bien, pero es seguro que en el actual tablero, las formaciones políticas que más y mejor se sepan hacer con la bandera del diálogo tendrán premio en las urnas. Porque hay un evidente agotamiento ciudadano respecto de la situación actual, pero especialmente del clima de confrontación, con actores políticos que de forma creciente apuestan básicamente por acentuar las diferencias y extremarlas ante las cámaras para abrise hueco. Ante eso, receta Lluch: diálogo, que siempre debe empezar con autocrítica.

Pablo Iglesias ha apostado a ello su capital político, con una mirada estratégica a medio y largo plazo. Hace unos días, Pedro Sánchez en discurso en la cena de Foment del Treball, después de su encuentro con Quim Torra, también apuntó a ello: «Autocrítica y diálogo». Este viernes ha vuelto a ello, defendiendo diálogo frente a monólogo. Y pide la no estigmatización del diálogo y el pacto, una tentación donde, sin duda, han caído figuras como Pablo Casado y Albert Rivera. Pero ellos, haciéndolo, de facto también están poniendo en el centro del tablero el valor del diálogo. ¿Quizá porque no se ven capaces de abanderarlo y porque intuyen que la ciudadanía recompensará a quienes lo practiquen si da frutos?

Por eso también, en buena parte, Sánchez y Torra, los gobiernos de Catalunya y de España deben correr el riesgo de practicar el diálogo, no mencionarlo solo retóricamente porque lo han identificado como elemento de valor para una ciudadanía agotada de conflicto. Y deben hacerlo, como defendía Lluch, con inteligencia y con voluntad agitadora. Es decir, con más fondo, con menos gesticulación y asumiendo riesgos de sacudida, para empezar, en las respectivas casas.