La huella digital

El lujo del anonimato

Somos herramientas de márketing sin pretenderlo y asumimos que nuestra visibilidad en las redes es el precio a pagar para ser competitivo

Leonard Beard para el lunes 17 de diciembre del 2018

Leonard Beard para el lunes 17 de diciembre del 2018 / periodico

Isabel Llanos

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Desde hace tiempo ser anónimo ya no es una opción. Hemos dejado de tener libertad de elección respecto a nuestra imagen pública. Somos esclavos de la visibilización. Asociado a nuestro trabajo con las empresas que nos contratan, se compra también nuestra vinculación como producto a modo de pacto fáustico, en una relación tirana e indisoluble por más que pretendamos engañarnos con la posibilidad de eliminar la huella digital. Por una parte porque, en el fondo, sabemos que no lo vamos a hacer, y por otra, porque es realmente difícil. Y no porque no exista tal posibilidad -conocemos la creciente oferta de empresas dedicadas a borrar nuestro pasado digital, casi tantas como las que, en competencia, son corredoras de datos y se dedican a recopilarlos para su venta-, sino porque es el precio a pagar asumido de antemano si queremos un trabajo, si queremos publicar, si queremos promocionar, si queremos… como si nuestras vidas también tuvieran 'cookies'.

"Lo que no se comunica, no existe"

No es solamente en el momento de la entrevista de trabajo o de rellenar una solicitud de empleo -en las que hace mucho que se incorpora una casilla para 'links'-, sino a la hora de mostrar relevancia y bagaje profesional, cuando se explora la red para confirmar la información del candidato o donde escarban los cazadores de talento. Ya hace mucho tiempo que, en algunas profesiones, el número de seguidores o de 'likes' en las publicaciones se correlaciona con el éxito. Comunidades sociales orientadas a las empresas fagocitan nuestro tiempo a modo de “más madera” por “más información”, porque hoy más que nunca “lo que no se comunica, no existe”. No sirve hacer bien el trabajo, hay que hacer que se sepa que se hace bien en una búsqueda convulsa de la aprobación social, aún más exacerbada en ciertos niveles y ámbitos profesionales, donde la frontera entre el reconocimiento a la trayectoria y el ego se volatiliza.

El monstruo es enorme y tiene un hambre insaciable. Cada vez exige más, provocando la disolución actual de los límites entre vida personal y profesional. La intimidad pertenecería al primer ámbito. El precio a pagar para ser competitivo es renunciar a este derecho fundamental. Los perfiles profesionales aparecen vinculados a la empresa, aunque haya pasado tiempo desde que la relación contractual desapareció. Lo mismo sucede con los centros de formación de referencia, escaparates en los que mostrar los resultados vitales de haber pasado por allí, como si la actitud personal no contara y todo fuera fruto de esa interacción. 

La jungla de la sobreinformación

Somos herramientas de márketing sin pretenderlo. Mujeres y hombres anuncio sin posibilidad de romper la ligazón. Lo peor de todo es el envoltorio coloreado con el que nos han entregado la trampa, demasiado vistosa y atractiva para dejarla de lado y a la que tampoco podemos renunciar si queremos sobrevivir en esta jungla de sobreinformación: hay que luchar intentando sacar la cabeza por encima de los demás, porque somos demasiados los peces en el mar. Aquellos de los que no aparece nada en la red son, hoy en día, los verdaderos privilegiados.