OPINIÓN

Sociedad civil y política, a cuál más débil

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Jordi Alberich

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Hace pocos días, Miquel Valls, Presidente de la Cambra de Comerç, propuso a Pau Relats como candidato a presidir Fira de Barcelona. El revuelo fue notable, hasta el punto de que los miembros del Consejo de Fira se ausentaron de la reunión en que debía debatirse dicha propuesta. El motivo del desencuentro fue, según indican, el ninguneo al que fue sometido el Consejo durante el proceso de renovación, pero también molestó la presunta subordinación a la voluntad política.

En cualquier caso, mucha suerte al nuevo presidente, persona seria y amable. La renovación de la Fira se enmarca en un contexto de cambio generalizado en las entidades económicas que, a su vez, viene a coincidir con unas circunstancias políticas que requieren, más que nunca, del entramado empresarial para impulsar la economía catalana.

Catalunya se ha caracterizado, tradicionalmente, por la pujanza de su sector privado, desde las mismas empresas a ese denso tejido de entidades económicas, sociales o culturales. Espacios de dinamismo y libertad que emergen, de manera natural, en una sociedad abierta. Pero, cada vez son más las voces que denuncian la politización, y consecuente debilitamiento, de la sociedad civil. Un término que adquirió gran relevancia durante el pujolismo, unos años en que Convergència no hacía más que ensalzar las virtudes de una sociedad civil a la que, simultáneamente, procuraba controlar al máximo. Afortunadamente, esa política poderosa e intrusiva se encontró con algunas entidades celosas de una independencia, que supieron salvaguardar. El panorama ha cambiado. Hoy, el poder político se muestra desorientado, incapaz de controlar, por ejemplo, una economía cuyas grandes empresas viven al margen de la política. Ciertamente, el procés ha facilitado una mayor intromisión de los partidos en la vida asociativa, pero no tanto por su propia fortaleza, como por la naturaleza del conflicto y la debilidad de buena parte de nuestra sociedad civil. Muestra de ello es cómo muchas entidades se han adaptado, sin excesivo pudor, al viento dominante. Siguiendo con el ejemplo del procés, sigue sorprendiéndome la naturalidad con que representantes de instituciones muestran, en público, su apoyo mientras que, en privado, no hacen más que rechazarlo.

Además, nuestra política ha renunciado al papel central que le corresponde en una democracia representativa, cediendo la iniciativa a lo que denomina 'el carrer'. Debilitada como nunca, busca, como sea, el apoyo de la sociedad civil. Y se ha encontrado, para su fortuna, con un entramado asociativo también debilitado, más pendiente de lo que conviene en cada momento, que de tener una voz propia. Estamos, pues, ante un juego generalizado de debilidades.

Confiemos que el proceso de renovación nos conduzca a una verdadera sociedad civil, aquella liderada por personas con más coraje y menos autocomplacencia. Distintas de muchas que, hoy, desorientadas ante las incertidumbres del panorama político, deben preguntarse ¿a qué árbol me arrimo? Suerte en la elección.