Al contrataque
Las mejores madres del mundo
A veces pienso que debería escribir una carta a mis hijos contándoles cómo les quiero, de qué modo indestructible, inevitable, absoluto y feliz. Pero son mucho más listos que yo, creo que ya lo saben
Milena Busquets
Escritora
Milena Busquets
Mi hijo mayor cumple este jueves 19 gloriosos años. Sé que lo que está de moda en la actualidad es hacerse fotos con pinta desastrada y decir que una es una mala madre (y a mucha honra), pero la verdad es que yo (y no quisiera pecar de vanidosa, aunque francamente prefiero a los falsos vanidosos que a los falsos humildes) soy una madre estupenda.
Como amiga no soy nada del otro mundo, como novia creo que estoy bastante bien, pero como madre, como madre soy la pera limonera. Me parece que es lo único que he hecho bien en esta vida (y no lo he hecho sola, claro): mis dos hijos.
No es extraño puesto que me dedico intensamente a ello. Y porque en realidad no es tan difícil: solo consiste en querer, en amar, y amar solo consiste en estar atento al otro y en respetarlo.
Además, la mayoría de nosotros hemos pasado gran parte de nuestra vida observando y dependiendo de una madre, si hay un oficio que conozcamos de cerca, hombres y mujeres, en lo bueno y en lo malo, incluso antes de tener hijos, es el de madre. Por otro lado, los únicos que pueden juzgar si somos buenas o malas madres son nuestros hijos, y no ahora, dentro de 20 años.
Yo apenas cocino para mis hijos, jamás les llevé al parque, casi nunca les ayudo con los deberes y nunca les he obligado a hacerse la cama (ellos sabrán cómo quieren dormir). No pretendo que sean mis amigos, ni yo su amiga, me encanta ser su madre. No necesito que me lo cuenten todo, jamás se me ocurriría revisar sus mochilas o sus móviles, deben enamorarse solos. Nunca he intentado que se convirtieran en versiones juveniles de mí (sentí una gran alegría cuando el mayor me dijo que quería estudiar Ingeniería de Telecomunicaciones), no dirijo sus gustos, no les obligo a leer (qué idea tan loca obligar a alguien a leer, les animo encarecida y repetidamente, eso sí), no comparten muchas de mis opiniones, no les he dado nunca lecciones de nada. En casa no siempre hay fruta y seguramente pasan demasiadas horas jugando en el ordenador y en la televisión (como tienen buenas notas, no me parecería razonable intentar controlar a qué dedican el tiempo libre). No hacen kárate y tampoco estudian chino. No saben esquiar. Les compré un móvil cuando me lo pidieron, bueno, tal vez esperé un par de meses para darle emoción al asunto. Saben que tendrán que trabajar duro pero también saben que la vida es para disfrutarla y despilfarrarla.
A veces pienso que antes de que llegue la vejez que todo lo transforma y todo lo estropea (aunque no siempre), debería escribirles una carta contándoles cómo les quiero ahora, de qué modo indestructible, inevitable, absoluto y feliz. Pero son mucho más listos que yo, creo que ya lo saben.
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