ANÁLISIS

¿Qué hacemos con Dembélé?

Su aparente abulia, esa especie de resignación, su rebeldía medio pasiva, parecen más un signo de los tiempos, las reacciones de un millennial de última hora

Dembélé anota el gol del empate ante el Atlético el sábado.

Dembélé anota el gol del empate ante el Atlético el sábado. / periodico

Jordi Puntí

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Reconozco que no tengo una respuesta para la pregunta que encabeza este artículo. Me ocurre con Dembélé que un día me gusta y otro no, y esto es algo muy poco habitual. Uno necesita varios partidos para familiarizarse con un jugador y decidir si es de su agrado, pero una vez está convencido, difícilmente cambiará de opinión. Por eso es tan extraño dudar de si estás con Dembélé o no, y además tener que revisar tus opiniones a cada partido. En los últimos años, por ejemplo, me ocurrió algo similar con André Gomes: le veía sus virtudes, pero también sus defectos, y cuando finalmente fue traspasado no supe decir si me alegraba o no de su marcha. (Ahora miro las alineaciones del Everton y me gusta que esté jugando de titular.).

En la radio, a principios de esta temporada, Ricard Torquemada decía  que Dembélé no admite términos medios. O te gusta o no te gusta. Pero yo creo que, hasta el momento, su juego ha sembrado tantas dudas como certezas. No sabemos decidir si es un crack o un catacrack, vamos.

En el partido del sábado, por ejemplo: le vemos saltar al campo en el minuto 80, cuando ya perdemos 1-0 —mucho más tarde de lo que hubiera sido lógico y esperable en un juego tan encorsetado—, pero tenemos claro que él puede cambiarlo todo. Ángel Cappa decía que los cracks son los jugadores que “modifican la realidad”. Y el sábado Dembélé va y lo hace. Cappa también recordaba que “una condición ineludible para ser crack es la personalidad”. El 11 francés es el típico jugador que, cuando hace algo que no nos gusta, decimos que es inmaduro y, cuando nos gusta, lo celebramos diciendo que tiene personalidad...

Una parte del dilema de Dembélé, sobre todo en cuanto a su actitud fuera del campo y en los entrenamientos —y, bueno, en algún partido—, es que nos desconcierta. Si fuera un jugador brasileño, lo entenderíamos mejor, casi lo que exculparíamos porque los brasileños, ya se sabe: la sangre caliente, la samba, etcétera. En el caso de Dembélé, su aparente abulia, esa especie de resignación, su rebeldía medio pasiva, parecen más un signo de los tiempos, las reacciones de un millennial de última hora. Tengo amigos cuyos hijos de 20 años se comportan igual y, de hecho, la forma en que en los últimos días todo el mundo se ha apuntado a darle consejos y regañarle en plan paternalista, también es muy de nuestro tiempo.

La suerte de Dembélé, pues, parece instalada en una encrucijada de difícil solución: muchos de los goles que ha marcado son decisivos, pero no lo son gracias al juego de equipo, sino a pesar de él

Hay un detalles que quizá subestimamos, y es que desde su llegada al Barça la suerte de Dembélé ha estado marcada por los designios de Valverde. Por un efecto Tetris, cuando Arthur consiguió la titularidad en el centro del campo —y el juego del Barça fue más reconocible, más Barça—, Dembelé volvió a la suplencia. Luego ocurrió algo parecido con la posición de Coutinho en el extremo izquierdo, aunque el día en que el brasileño estaba lesionado —como el sábado— Valverde tampoco lo vio claro y lo dejó en el banquillo. La suerte de Dembélé, pues, parece instalada en una encrucijada de difícil solución: muchos de los goles que ha marcado son decisivos, pero no lo son gracias al juego de equipo, sino a pesar de él.