Un periodo histórico significativo

La revolución de los catalanes

En el Sexenio revolucionario se intentó regenerar la vida pública y desarrollar el liberalismo democrático

ilustracion de leonard beard

ilustracion de leonard beard / periodico

Joaquim Coll

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Estamos tan inmersos en la historia de nuestro tiempo presente, sobre todo en el análisis de lo que ha sido el 'procés', que el 150º aniversario del Sexenio revolucionario (1868-1874) ha pasado desapercibido, aún cuando es un periodo intenso y significativo. En solo seis años, España conoció: el derrocamiento de la dinastía Borbón y su sustitución por la casa de Saboya; la aprobación de una Constitución democrática; el asesinato del jefe de Gobierno, general Joan Prim; la abdicación del nuevo monarca, Amadeo I; un sinfín de insurrecciones carlistas y republicanas; la eclosión de la clase obrera y el estallido del problema agrario; la primera guerra de Cuba; la proclamación de la Primera República, las revueltas cantonalistas y el debate federal, sin olvidar la pugna del Estado por recortar los poderes de la Iglesia.

La peseta

El Sexenio tuvo un arranque muy esperanzador ante el desastroso reinado de Isabel II y su corrupta camarilla, pero acabó defraudando a todos. Es por eso que la “Gloriosa”, apelativo que recibió de sus protagonistas, ha caído en el olvido, aunque sirva como excepción el hecho de que en Gràcia hay una plaza que rinde homenaje a “la revolució de setembre de 1868”. En el Sexenio se condensaron las grandes cuestiones sociales, institucionales y territoriales que luego recorrieron nuestro convulso siglo XX. Finalmente, otro motivo para la reflexión es que esa revolución es inexplicable sin el protagonismo de los políticos catalanes, con tres jefes de Gobierno (Prim, Figueras y Pi i Margall) y media docena de ministros de gran renombre (como Figuerola, Tutau o Balaguer), sin parangón con ninguna otra etapa contemporánea.

¡Viva España con honra! fue el grito del alzamiento cívico-militar en Cádiz que buscaba regenerar la vida pública y desarrollar el liberalismo democrático, modernizando el sistema económico y ensanchando la participación política a todos los grupos sociales. Se suprimió inmediatamente el impuesto de consumos, que castigaba a los más humildes, sustituyéndose por una contribución personal, que no llegó a funcionar pero que se acercaba a una fórmula tributaria progresiva. Fue Laureà Figuerola, el protagonista de las finanzas españolas del periodo, quien fijó la peseta en 1869 como moneda nacional, desarrollando una política librecambista frente al proteccionismo duro que defendían los algodoneros catalanes y los cerealistas castellanos. Se trataba de abrir la economía para modernizarla y poder enjuagar un déficit presupuestario que había conducido al Estado a la quiebra.

En enero de 1869, se celebraron elecciones constituyentes mediante sufragio universal masculino, experiencia que se desarrolló aceptablemente bien para la época, pese a las deficiencias de los censos electorales y la falta de cultura participativa. Los resultados confirmaron el apoyo al gobierno provisional con una mayoría progresista y monárquico-democrática, frente a dos minorías importantes: republicanos y carlistas. La nueva Constitución se aprobó medio año después reuniendo un amplio consenso en base una amplia carta de derechos y libertades, monarquía democrática, división de poderes, control parlamentario, y descentralización, principalmente.

Similitud constitucional

Pese a que las bases del nuevo régimen parecían sólidas, la inestabilidad política impidió consolidarlo. Perdimos así un siglo, porque la Constitución de 1978 a la que más se parece es a la del Sexenio. El asesinato de Prim, que encarnaba como nadie la “Gloriosa”, no solo privó a Amadeo I de una apoyo fundamental, sino que tuvo graves repercusiones en el partido progresista, que acabó escindido entre moderados (Mateo Sagasta) y radicales (Ruiz Zorrilla). El acusado choque de personalismos y la disputa entre las diversas clientelas, llevó la parálisis a la vida parlamentaria. La abdicación del rey en 1873 hizo inevitable la salida republicana, que fracasó ante la rápida sucesión de modelos ideológicos contrapuestos.

Estanislau Figueras Francesc Pi i Margall no pudieron consolidar la república federal porque su política pragmática chocó con la teoría revolucionaria que habían propugnado: el mito de la federación desde abajo. El resultado fue la caída en el cantonalismo y el estallido de brotes sociales insurreccionales, mientras continuaba la guerra en Cuba y se acentuaba la ofensiva militar carlista. A partir de ese momento el ejército empezó a ganar protagonismo frente al desorden y la inestabilidad provocada por las luchas entre los diversos sectores federalistas. En enero de 1874, el general Manuel Pavía disolvió el Congreso. Fue el prólogo de la restauración borbónica.