La importancia de la infancia

También los niños tienen derechos

Los adultos somos los encargados de ser los actores de la esperanza

Dos niños que participan en el proyecto Chapotea, con las mochilas de CaixaProinfancia cargadas de material escolar

Dos niños que participan en el proyecto Chapotea, con las mochilas de CaixaProinfancia cargadas de material escolar

Xavier Puigdollers

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No caeré en la tentación de decir: "Había una vez....", forma tradicional de empezar los cuentos infantiles, pero la actualidad tiene un antes.

Hace muchos años, en diciembre de 1954, la Asamblea General de la ONU acordaba dedicar un día a la infancia. Es un texto no demasiado largo que empieza diciendo: Considerando..., y va explicando la conveniencia de dedicar esfuerzos para fomentar la paz y la entente entre los pueblos y recomienda que se instituya un día que se consagrará a la fraternidad y comprensión de los niños del mundo entero y a su bienestar.

La mayor defensa de las futuras generaciones

Fue un llamamiento al mundo, seis años después de la aprobación de la Declaración de Derechos Humanos. Un llamamiento a recordar la importancia de la infancia y el deber de protegerla como la mayor defensa de las futuras generaciones.

La historia continuó, en 1959 la Asamblea General aprobó la Declaración de Derechos de los Niños y en 1989 la Convención de los Derechos de los Niños, las dos el 20 de noviembre. Estas declaraciones, junto con la de Ginebra de 1924, de la Sociedad de Naciones, se pueden considerar los textos principales de los derechos de los niños. Derecho a una identidad, a la educación, a la atención sanitaria, a la alimentación, al juego, al hecho de que en las decisiones que los afecten se tenga en cuenta su interés superior.

Pero toda historia tiene su dragón y no siempre se han respetado los derechos de los niños. Hoy mismo podremos oír noticias referentes a los niños de muchos lugares del mundo que mueren por el hambre, por enfermedades que en otros lugares se curan, que no reciben educación, que son explotados en trabajos, que son objeto de comercio sexual o de órganos, que sufren abusos y maltratos. También que no tienen familia o que participan en conflictos armados, con las permanentes secuelas físicas y psicológicas. Podríamos añadir una larga y triste lista de situaciones de desprecio a la infancia, pero no hace falta... La conocemos.

También es verdad que muchos niños en todo el mundo son queridos y respetados. Niños que son atendidos en sus necesidades y crecen en una comunidad familiar y social que los acoge y acompaña en su camino. Hay esperanza.

Todos podemos influir en las criaturas

Los actores de la esperanza somos los adultos: los padres y madres; los abuelos y abuelas; los profesionales que se ocupan de ellos; los diversos responsables de la sociedad. Aquellos que con nuestra actuación tenemos capacidad de influir en la vida de un niño. Los que tienen muchas responsabilidades y los que tienen menos. Todos tenemos, y no nos engañemos, un momento en el que podemos influir en un niño. Lo podemos respetar o despreciar con un gesto, con una mirada, con una decisión. Tal vez no seremos conscientes, pero aquel es nuestro momento y lo tenemos que aprovechar: los niños nos necesitan y tenemos que responder. No dudemos: tenemos que dar la mano, sonreír, procurar su bien. En resumen: quererlos.

La historia podría acabar también con el tradicional: 'Vet aquí un gat'... Pero no, la historia no se acaba. Continúa en casa, en la calle, en la escuela. Cada día encontramos niños y niñas que miran y quieren ver un mañana. De nosotros depende que sea posible.