Ventana de socorro
Enseñar a querer
La alegría es cuestión de voluntad y disciplina, pero, ante todo, es una decisión moral
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
Ángeles González-Sinde
A menudo me pregunto qué diferencia a las personas con alegría de las pesimistas. Sé que paradójicamente una dosis de pesimismo, dar el mundo por perdido, creer que lo más probable es que todo sea un desastre hagamos lo que hagamos, es necesaria para encontrar satisfacción en la vida. Entiendo que las expectativas altas nos conducen irremediablemente a la decepción y la melancolía y procuro aplicarme la receta, pero no basta con la teoría para ejecutar bien la práctica. Hay algo más. Recurro entonces a la sociología, me digo que es herencia, que quienes venimos de familias de perdedores de la guerra, cargamos con una genética menos propensa al disfrute pues llevamos el temor al hambre y al infortunio inscrito en las células. Pero no es cierto. Hay gente negativa también entre los que nacieron en la abundancia y carecen de razones para temer.
Hoy, después de haber tenido cerca durante casi siete años a Javier López de Lamadrid, que nos dejó la semana pasada a los 85 años, creo que la alegría es cuestión de voluntad y disciplina, pero, ante todo, es una decisión moral tomada según tus valores más arraigados. Si consideras que eres algo más que un individuo, que formas parte de un colectivo como una pierna o un brazo forman parte del cuerpo, ni más importante ni menos, harás lo posible porque ese cuerpo mantenga el equilibrio y se mueva con gracia y vigor. Si aprendiste que amparar los vínculos con los demás ya sean familia, amigos, empleados, vecinos o meros conocidos, es prioritario en la vida, harás lo preciso por sobreponerte a los negros pensamientos para no cargar a la comunidad con ellos. Si te enseñaron que tu contribución al total de alegría global es imprescindible, te prohibirás regodearte en las pérdidas y los tropiezos que sobrevengan y te esforzarás por mirar adelante y pasar por la vida como por un jardín en el que no deja de haber motivos para asombrarse porque todo es capital y a la vez, nada lo es, si viajas acompañado. Gracias por dejarme acompañarte, Javier, en estos años y sobretodo, gracias por haberme querido. No hay enseñanza más preciosa.
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