ANÁLISIS
La Crida y las luchas por la hegemonía
La nueva marca no tiene la voluntad de agrandar el independentismo, sino la de acapararlo
Andreu Pujol Mas
Historiador
Andreu Pujol Mas
La Crida Nacional per la República ha celebrado en Manresa, este 27 de octubre, su convención fundacional. La fecha, evidentemente, no se ha escogido al azar: fue en el mismo día del año pasado cuando se hizo la declaración de independencia en el Parlament, tarde, malamente y con desgana. No me parece, pues, que la fecha ayude a estructurar metáforas demasiado acertadas.
Deberemos fijarnos en un par de batallas para entender la creación de esta nueva formación política. La primera es la que se sostiene entre el entorno posconvergente y su socio de gobierno. Si miramos la progresión reciente de los dos espacios políticos, en cuestión de siete años han pasado de una relación de 62 a 10 escaños a favor de los convergentes, a otra de 34 a 32 con los republicanos liderando las encuestas. Es normal, entonces, que surjan miradas de reojo y que la Crida se plantee como una herramienta para intentar captar una parte del electorado de ERC, apelando a la excepcionalidad y utilizando una retórica inflamada que no necesariamente debe corresponderse con los hechos.
La otra batalla, nada menor, es la que se produce dentro del mismo entorno posconvergente. La Crida es, sobre todo, una lucha por la hegemonía dentro de una familia política y no puede entenderse si se analiza como un movimiento externo a este espacio ideológico. Por eso permite la doble militancia: se trata de que los militantes del PDECat -los que vienen a ser los convergentes de toda la vida- militen también en la Crida y que conformen el grueso de su organización. La diversidad de siglas les permite intentar externalizar los costes, convirtiendo la sigla precedente en un tipo de banco malo argumental donde verter los activos tóxicos, pero sin renunciar a la herencia de una estructura con décadas de experiencia e implantación territorial.
Por el contrario, si analizáramos el nacimiento de la Crida desde el punto de vista del interés general del independentismo veríamos que no tiene mucho sentido. De cara hacia afuera, la organización apela a superar la distinción entre derechas e izquierdas para centrarse exclusivamente en la cuestión nacional, en una versión catalana del "yo veo españoles" riverista. Este planteamiento solo podrá movilizar a parte de aquellos ciudadanos que tengan al independentismo como identidad y causa prioritaria, es decir, unos ciudadanos que ya son ahora mismo votantes de alguna formación independentista.
No en balde, la periodista Odei A. Etxearte escribía hace poco que esta nueva marca "apunta al electorado de PDECat y ERC". Por tanto, la Crida no tiene la voluntad de agrandar el independentismo, sino la de acaparar el independentismo existente bajo un paraguas concreto. Es un juego de suma cero que se podría haber evitado si la vía de esta refundación convergente hubiera pasado por hacer un centroderecha atractivo, con trasfondo ideológico, que pudiera interpelar a nuevos votantes aportando valor añadido a la causa independentista.
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