ANÁLISIS
Regalar datos con placer
Si fuéramos conscientes de la cantidad de información personal que estamos regalando, seguramente no estaríamos tan tranquilos
Ester Oliveras
Economista. Profesora en la Universitat Pompeu Fabra (UPF).
Ester Oliveras
Todas la redes sociales son gratuitas. ¿Te has preguntado por qué? Los datos que aportamos de manera agregada son valiosísimos para las empresas. Nos presentan una plataforma atractiva y ya no podemos contenernos, regalamos nuestras prioridades, opiniones, viajes, comida y eventos sociales. A cambio, recibimos anuncios justo a nuestra medida. Usuarios, anunciantes y redes sociales todos satisfechos.
Por ejemplo, Facebook obtuvo ingresos por 13.000 millones de dólares (11.320 millones de euros) el segundo trimestre del 2018, un 40% más que el mismo periodo del año anterior. La parte negativa es que para que estos modelos de negocio sean viables es necesario que pasemos el máximo tiempo posible en dichas plataformas, proporcionando más y más información sobre nuestras preferencias y visionando anuncios. ¿Qué estrategias utilizan para que nos pasemos horas enganchados? Pues explotando nuestras debilidades psicológicas: nuestra necesidad de no perdernos nada, evitar la soledad, sentir la gratificación de acumular likes o visualizaciones, ganar partidas o simplemente procrastinar sin fin.
Si fuéramos conscientes de la cantidad de información personal que estamos regalando, seguramente no estaríamos tan tranquilos. Y la tendencia va más allá de las redes sociales. Solamente a partir de tarjetas de fidelización de compras, una empresa americana fue capaz de identificar, con un margen de error muy bajo, qué mujeres estaban embarazadas de pocas semanas. Esto permitía ofrecer productos de interés para los meses venideros. El algoritmo identificó a una joven de 15 años y envió a la familia descuentos para biberones y pañales. Ante la indignación airada del padre, la empresa se disculpó. Al cabo de unos días, pero, la indignación se convirtió en sorpresa: iba a ser abuelo! Pronto, estos algoritmos predecirán qué día moriremos y nos podrán ofrecer descuentos para nuestro funeral; nuestra última compra. Es el auge del big data y no parece que haya modo de evitarlo.
La buena noticia es que se están abriendo debates éticos sobre el uso de datos y diversas comisiones que analizan como los algoritmos que los procesan pueden ser discriminatorios o vulnerar derechos. Un fruto de estos debates es el Reglamento Europeo de Protección de Datos, que entró en vigor el pasado mayo y que amplía los derechos de los ciudadanos en este ámbito. Las empresas de todo el mundo que tengan usuarios en la Unión Europea están sujetas a esta legislación, por lo que tiene un abasto considerable. También empiezan a existir redes sociales descentralizadas basadas en blockchain. En ellas, cada usuario es propietario de la información que genera y, si dicha información produce beneficios, repercutirá también sobre la persona que ha generado el contenido.
Para la mayoría de nosotros, ahora mismo, mantener la privacidad pasa por no utilizar tarjetas de crédito ni de fidelización, no utilizar el móvil o apps con localización activada. Navegar en un ordenador limpio y sin aceptar nuevas cookies. Apagar los sistemas de rastreo-en-caso-de-robo del coche. Y no ver Netflix. Todo un reto.
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