Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA
Juan Carlos Ortega
Juan Carlos Ortega
El corazón no es para tanto
Existe una idea muy difundida según la cual apelar al corazón es muy útil para manipular a la gente. Se nos dice que los políticos, cuando quieren conseguir algo, invocan a los sentimientos de la población y así consiguen ganarnos para siempre. Se trata, aseguran, de apagar el raciocinio y encender la emoción. Con eso, insisten, nos volvemos rematadamente manipulables. Todos hemos oído muchas veces reflexiones similares y hemos acabado creyendo que son profundamente verdaderas. Después de todo, los asuntos del corazón parecen fundamentales, por lo que esa técnica de persuasión tiene visos de ser muy eficaz. Pero, ¿y si en realidad las cosas fueran al revés? Voy a intentar explicarme.
Si yo fuera un político que quiere permanecer en su puesto más de dos semanas, dejaría de lado al voluble corazón, que cambia cada tres minutos, e intentaría manipular a mis votantes utilizando algo un poco más estable. Sabría que es muy fácil alterar los sentimientos a mi antojo, pero por la misma razón sería consciente de que ese cambio podría durar muy poco. Con esta idea, y para ganarme la opinión de mis ciudadanos, intentaría que lo que deseo que piensen perdurara muchísimo tiempo, que de algún modo quedara grabado en un lugar profundamente solido. ¿Y cuál es ese lugar? No el corazón, por supuesto. ¡Se trata de la cabeza!
Cuando alguien
es terco, le
llamamos
«cabezota»; no
se nos ocurriría
lamarle
«corazonzota»
Cuando alguien es terco, cuando no cambia su opinión, le llamamos «cabezota», pero jamás se nos ocurriría llamarle «corazonzota». ¡Porque es la cabeza, dura como una piedra, la que nos atrapa para siempre! Por tanto, los políticos, lejos de utilizar la maña de las emociones, usan de una forma intuitiva la técnica de la cabeza. Hace tiempo que han desestimado manipular con la emoción y lo hacen utilizando la lógica, pero una lógica poco rigurosa que, para ser creíble, solo ha de tener apariencia de impecable.
Miren a su alrededor y fíjense en las personas que, de un tiempo a esta parte, defienden posturas rematadamente alocadas. El uso de himnos, banderas, cánticos y frases emocionales podría hacernos creer que todo eso nace del mismísimo centro del corazón, pero no es así. Está en sus cabezas, instalado en la parte que controla la lógica.
Escúchenlos, fíjense bien en lo que dicen. Hay un hilo argumental clarísimo que, si no se analiza demasiado, parece correcto. Y ese es el éxito. Los políticos, muy hábiles, no han apelado a sus corazones, sino a algo con muchísimo más prestigio para los votantes: su inteligencia. «Pensamos así porque sabemos argumentar, porque somos listos».
Pensábamos que nuestro punto débil era el corazón, pero en realidad ese es nuestro punto fuerte. Donde más fallamos todos, por espabilados que creamos ser, es en la cabeza. Por eso nuestros amigos, incluso los más listos, parecen haberla perdido.
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