Silencio y reflexión
Réquiem por el 1 de octubre
Ojalá la retórica y la ficción no nos hagan perder el camino del acuerdo con el Estado que ahora parece abrirse
Eulàlia Vintró
Catedrática de la Universitat de Barcelona
Eulàlia Vintró
El día 1 de octubre del 2017 no se celebró en Catalunya ningún referéndum, a pesar de que la Generalitat lo había convocado, pero el Tribunal Constitucional lo había anulado. Después de semanas llenas de tensiones y de declaraciones de los gobiernos catalán y español, el primero asegurando que se haría el referéndum y el otro que no se realizaría, ese día unos dos millones de ciudadanos depositaron papeletas confeccionadas por ellos mismos dentro de unas urnas transportadas por voluntarios a las sedes electorales cedidas, mayoritariamente, por los ayuntamientos. Fue, pues, una votación, pero no un referéndum, ya que no cumplió ninguno de los requisitos legalmente previstos en el ámbito internacional ni en el constitucional español, como lo demuestra que no haya sido reconocido por ningún Estado del mundo.
Votación sin garantías y ridículo del Gobierno
No hubo censo ni junta electoral, ni control de votantes -son numerosas las personas que presumían de haber votado en varios colegios electorales-, ni garantías en el escrutinio de votos, ni posibilidad de revisión de las papeletas, por mencionar solo algunos de los aspectos que invalidaban el pretendido referéndum y que dejaban sin significación política los resultados publicados por los convocantes pero sin ningún tipo de aval, ni siquiera de los llamados observadores internacionales elegidos por el Govern.
La Moncloa hizo un ridículo espectacular, ya que no pudo impedir que se pusieran las urnas, a pesar de haber proclamado que no las habría, ni logró una buena coordinación entre cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y los Mossos d'Esquadra para garantizar una jornada pacífica y sin enfrentamientos. Todo lo contrario, las violentas cargas policiales contra pacíficos ciudadanos que querían votar o que ocupaban de manera tranquila y festiva las sedes electorales han dado la vuelta al mundo y han enturbiado notablemente la imagen del país en el extranjero. Reitero, una vez más, mi repulsa, pero también quiero volver a expresarla en relación con la insostenible afirmación, mil veces reiterada pero no por ello menos falsa, que del día 1 de octubre viene el mandato del pueblo catalán en favor de la independencia.
En ningún momento el pueblo catalán ha formulado este mandato de forma mayoritaria, ni en las diversas elecciones autonómicas, se dijeran plebiscitarias o no, ni en las convocatorias del 9-N o el 1-O. Nunca los votos a las formaciones independentistas han superado el 50%, y si el número de diputados independentistas en el Parlament sí es mayoritario, se debe a una ley electoral poco proporcional. No hay, pues, mandato popular por la independencia, ni hay nada demasiado brillante para conmemorar. Sería preferible un réquiem o, más discretamente, un silencio, una serena reflexión y una decidida voluntad de mirar hacia el futuro y de aprovechar las oportunidades que tenemos al alcance.
Parece que empezamos a avanzar por esta vía: acuerdos con el Estado para recuperar fraccionadamente la deuda histórica, reuniones bilaterales con orden del día concreto, asistencia a encuentros institucionales autonómicos, compromisos en inversiones y obra pública, etcétera. Ojalá la retórica y la ficción no nos hagan perder el camino del acuerdo y de las realizaciones.
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