El escándalo de los másteres de políticos

No disparen a la universidad

Los casos de Montón, Cifuentes y Casado son malas praxis aisladas dentro de un sistema que funciona con un alto grado de rigor y calidad

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Joan Elias

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Durante las últimas semanas, hemos podido seguir a través de los medios de comunicación el desarrollo de tres desgraciados casos que han puesto en duda el rigor y la honorabilidad de las universidades públicas de este país. Nos estamos refiriendo, como todos los lectores se imaginarán, a los másteres de la Universidad Rey Juan Carlos, presuntamente fraudulentos, de Cristina CifuentesPablo Casado y Carmen Montón. Los escándalos han provocado un gran revuelo en la opinión pública, lo que ha obligado a dos de los afectados a asumir responsabilidades no menores: la dimisión de sus cargos.

El riesgo de contagio

Las universidades no podemos mirar hacia otro lado ante una situación como esta: la credibilidad es el activo más preciado de una institución y, como tal, es muy difícil ganarla y mantenerla, y muy fácil perderla. El riesgo de contagio de esta desafección hacia el resto del sistema universitario es evidente. Me permitirán, no obstante, que sea contundente a la hora de asegurar que estamos ante casos aislados, porque en las universidades disponemos de suficientes controles internos y externos que garantizan el rigor y la fiabilidad en todos los procedimientos que desarrollamos.

Si se demuestran las conductas reprobables que hemos conocido por los medios, será necesario depurar responsabilidades, y no solo en el ámbito político

Al mismo tiempo que hago pública mi confianza en el sistema universitario, manifiesto el total rechazo hacia cualquier intento de falseamiento o mala praxis que conduzca a la obtención de un título universitario. Si finalmente se demuestran estas conductas reprobables que hemos conocido a través de los medios de comunicación, estaremos ante una situación compleja que requerirá la depuración de responsabilidades, y no solo en el ámbito político. La universidad no es un ente aislado, sino que es fruto del esfuerzo del personal de administración y servicios, personal docente e investigador y estudiantes, que se dedican en cuerpo y alma a cumplir, y lo hacen con creces, las misiones que la sociedad tiene encomendadas a la universidad. No duden de que la cultura que preside nuestros centros de educación superior es la de la resiliencia, la dedicación, el rigor y la transparencia, porque somos conscientes de que somos un servicio público y que debemos rendir cuentas a la sociedad.

Todos los títulos que expide una universidad han pasado controles externos e internos, que aseguran su calidad y credibilidad. Mi universidad, la UB, tiene una oferta académica de 74 grados, 156 másteres oficiales y 48 programas de doctorado. Cada uno de estos estudios ha contado con un largo proceso de planificación, ejecución y desarrollo con unos procedimientos de gestión interna complejos y normalizados.

Al margen de estos procedimientos internos, y de acuerdo con la normativa vigente, y bajo la supervisión de la la Agència per a la Qualitat del Sistema Universitari de Catalunya, un comité de expertos externos evalúa el funcionamiento de cada enseñanza a través de un sistema de acreditación. En caso de que sea necesario, este comité de expertos puede emitir un dictamen desfavorable que impediría a la universidad seguir manteniendo ese título en la oferta académica. Por último, y no menos importante, cada universidad realiza encuestas a sus estudiantes para identificar los aspectos positivos y las áreas de mejora.

Es cierto que, a pesar de todas estas protecciones, no existe ningún sistema plenamente infalible. Por eso es importante que las universidades también tomemos nota de los recientes acontecimientos y abordemos los cambios que sean necesarios para ayudar a mejorar estas garantías.

Estos argumentos deberían servir para recuperar la confianza hacia nuestras universidades. Es importante dejar claro a la sociedad que tenemos unas universidades excelentes: las universidades catalanas suelen ocupar posiciones de referencia en los principales 'rankings' internacionales con muchos menos recursos que el resto de universidades de nuestro entorno. Por ejemplo, la Universitat de Barcelona se clasifica entre las posiciones 75 y 150 en la mayoría de estas clasificaciones. Catalunya es el tercer país europeo con una mayor proporción de estudiantes matriculados en universidades bien posicionadas en estos 'rankings'.

De todas las crisis se pueden extraer aspectos positivos. Una de las lecciones que obtenemos de estos tres casos es que, afortunadamente, la sociedad española cada vez es más exigente y menos tolerante respecto a todo aquello que comprometa la ética que debe acompañar a cualquier cargo público, exigiendo la asunción de responsabilidades, lo que nos equipara con otros países de nuestro entorno, como el Reino Unido o Alemania, donde también se han producido ejemplos similares. Afortunadamente, estamos ante malas praxis aisladas dentro de un sistema que funciona con un alto grado de rigor y calidad. No disparen a la universidad.