Recuperar la comunicación personal
Por qué ser amable si puedes ser normal
Cuando somos más afables experimentamos que, siéndolo, mejoramos la calidad de nuestra vida comunicativa
Estrella Montolío
Estrella MontolíoCatedrática de la Universitat de Barcelona.
Estrella Montolío
¿Le dura el buen rollo de las vacaciones? Espero que sí. Ya sabe: la sensación de alegría vital; el mundo parece bueno, mejor que antes de empezar el descanso estival. Las vacaciones suelen reconciliarnos con el universo, nos permiten recuperar nuestro centro, cierta serenidad. Algunos hacen de lo excepcional su lema (ascender cumbres altas y dificultosas, viajar a lugares lejanos, conocer gentes distintas, sumergirse en abismos oceánicos). Otros optan por la tranquilidad: paseos, comidas gratas y demoradas, sobremesas sin prisas, siestas plácidas, lecturas largas, horas perezosas al sol…
El bienestar generado por las pequeñas charlas
En cualquier caso, buena parte de nuestro sosiego de septiembre procede -esta es mi tesis- de la gratificación que nos han brindado las conversaciones con otras personas: desde los diálogos largos y profundos que permiten las cenas que no van seguidas de un madrugón al día siguiente, las charlas caóticas y divertidas de muchos hablando al mismo tiempo, hasta (y estas son las que me interesan aquí) las conversaciones aparentemente banales que habremos tenido con gentes con quienes interactuamos ocasionalmente o a quienes apenas conocemos: los trabajadores del restaurante, del súper, el cámping, el hotel; los vendedores de las tiendas en las que entramos; los compañeros circunstanciales de bus, tren o espera en el aeropuerto; el paisano al que preguntamos por alguna dirección (¡prefiriendo este informante humano a Google!). Ese conjunto de intercambios se conoce en los trabajos especializados como 'small talk' (charla pequeña, conversación trivial), y aunque a priori puede parecer insignificante, su calidad humana (o falta de ella) tiene efectos en nuestra sensación de bienestar.
Es una paradoja que los humanos nos comuniquemos siguiendo el mismo esquema maquinal de los aparatos interactivos que hemos creado
Yo -permítame la nota autobiográfica- he estado varias semanas en Asturias. No descubro nada si hablo de sus temperaturas estivales civilizadas (máximas de 25°), el verdor reinante, las playas salvajes de aguas gélidas y escasamente concurridas y los sabrosísimos productos de la zona. Añado otro rasgo no menos importante: la amabilidad de sus gentes. He regresado agradecida al panadero de la tahona, de manos enormes y trabajadas, que me describía los tipos de hogazas y cuál era el preferido por los peregrinos; a la señora de la pescadería, que, a petición mía, me explicaba cuáles eran los pescados de la zona y cómo cocinarlos, sin por ello dejar de trabajar a muy buen ritmo, mientras hilaba conmigo una charla: "Pues, ¿de dónde sois?" / "De Barcelona" / "¿De Barcelona? Allá marchó un hermano mío hace muchos años y casó con una catalana, y ahora tienen tres hijos que, claro, son catalanes. Es policía municipal él". "¿Cuánto quieres de bacaladitas? ¿Come mucho tu marido? El mío come el doble que yo. El hombre, pobre, es un santo, pero es un tragón".
Cada una de las personas con las que he interactuado invertía una energía adicional en devolverme algo que no era mera respuesta a mi petición, sino algo más: amabilidad. La amabilidad en estos intercambios 'triviales' es una virtud ciudadana actualmente menospreciada. Se entiende que es un gasto inútil de energía, ya que no parece tener ninguna utilidad. Pero sí la tiene, y no es banal: las conversaciones breves con amabilidad nos hacen sentir mejor a todos los implicados.
En nuestra vida diaria, la prisa nos domina, muy especialmente en los núcleos grandes de población; y raramente nos permitimos añadir amabilidad a la estricta secuencia petición-respuesta. Es una paradoja que hayamos creado aparatos interactivos, que casi comunican como humanos (el casi es muy importante), con los que mantenemos una comunicación esquemática basada en la estructura [acción (nuestra)-respuesta (de la máquina)]. Y ahora, en un ejemplo paradójico de viceversa, los humanos pasamos a comunicarnos usando ese mismo esquema maquinal: a una petición de una persona, le devolvemos una respuesta desnuda, olvidando que cualquier interacción entre humanos es esencialmente un intercambio de subjetividades. A este paso, sin duda va a resultar más agradable tratar con la amable Siri que hablar con un humano en modo huraño.
Cuando estamos de vacaciones, en cambio, recuperamos nuestro tiempo, y en ocasiones nos permitimos disponer de él para relacionarnos de modo más grato con nuestros congéneres. Las vacaciones a veces nos permiten dar una mejor versión comunicativa de nosotros mismos.
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