Dos miradas

La Diada (y 2)

Entre el exceso simbólico de las emociones gubernamentales y la contención novecentista de Maragall, yo escojo Pasqual

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Josep Maria Fonalleras

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En nuestra historia reciente no ha habido conmemoraciones más acertadas que las que propulsó Pasqual Maragall al frente del tripartito, con la colaboración de la 'consellera' Tura y la dirección de Joan Ollé. El invento maragalliano, que se ha ido alargando en el tiempo (pero también deshilachando como concepto), contenía las dosis justas de evocación nacional, la conciencia nítida de comunidad histórica y la voluntad explícita de convertirse en una celebración abierta, participativa, con ecos de todas las sensibilidades que conviven en Catalunya. Mezclaba el resorte de las emociones patrióticas (y sentimentales, por supuesto) con la efervescencia de la contemporaneidad, y estaban al mismo nivel Miguel Poveda y 'El cant de la senyera'. No olvidaba (al contrario) la simbología, pero se abría al mundo, un mundo diverso y poliédrico, un magma en el que Catalunya, aunque no gustara a unos cuantos, vivía y vive inmersa.

La celebración de este año parece que conservará una parte de aquella idea diurna y solar (los homenajes poéticos, las canciones), pero contendrá una carga nocturna con la que no puedo comulgar. ¿Las instituciones, en tanto que instituciones, deben protagonizar una marcha de antorchas y promover un acto "impresionante, potente y metafórico"? ¿Dónde establecemos la frontera? Tengo mis dudas, dejen que lo diga. Entre el exceso simbólico de las emociones gubernamentales y la contención novecentista de Maragall, yo escojo Pasqual.