Decadencia
Risas de cera
La última vez que estuve en el Museo de Cera mis hijos aún llevaban pañales. Ahora entré con cuatro adolescentes quejicas
El verano es la época de las ocurrencias extrañas. Por ejemplo, aprovechar dos horas muertas para visitar el Museo de Cera de Barcelona. La última vez que estuve allí mis hijos aún llevaban pañales. Ahora entré con cuatro adolescentes quejicas (contando el que no era mío) que solo buscaban un pasaje de terror y la figura de Messi. El museo estaba igual que la primera vez. Quiero decir, que en todo este tiempo (12 años) no se ha incorporado ni una figura nueva. Como si después de pasar el plumero sobre Hitler, Cleopatra o Napoleón, nadie se planteara la necesidad de incorporar algún personaje de actualidad. Diría que los más modernos son Spielberg y Carlos de Inglaterra.
La tropa de adolescentes que iban conmigo pasaron de largo por las galerías históricas, se detuvieron ante los monstruos y los ahorcados y se murieron de la risa en la sala de 'Star Wars', donde las figuras no se parecían nada a los personajes y donde Luke Skywalker parecía una señora mayor que pasaba por allí. Los adultos nos reímos con Serrat o Yoko Ono (deberían verlos), y tuvimos que explicar un montón de cosas: quién fue Ángel Nieto (único deportista de la exposición) o -peor- el torero Joselito. El robo del banco por parte de Bonnie and Clyde, en el escenario real de la cámara acorazada del Banco de Barcelona (que tuvo su sede en el edificio), es de las pocas cosas que resisten al paso del tiempo y que vale la pena ver.
Como ahora tenemos unos hijos muy viajeros, los chicos hacían comparativas. Algunos habían estado en Madrid, donde las figuras son más horrorosas pero la renovación es permanente. Otros conocen el pionero, el famoso Madame Tussauds de Londres, Madame Tussauds de Londres,donde las figuras son perfectas y cada dos meses se presenta una. Ahí está Messi, que en Barcelona es el gran ausente. Todo el mundo se hizo fotos con alguien con la intención de subirlas a Twitter. Yo escogí Ramon Llull.
Se ve que esa es la razón por la cual la gente visita museos de cera. Para disfrutar, aunque sea durante 30 segundos, de la ilusión de retratarse al lado de sus ídolos. Quizás no son ellos quienes deberían hacérselo mirar, sino nosotros.
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