Análisis

El mausoleo que "nos dimos entre todos"

Si el Valle de los Caídos es conservado por el erario, no es para evitar reabrir las heridas del pasado, sino para esquivar las preguntas sobre la legitimidad del presente

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Andre Mas Pujol

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Esta polémica sobre el cadáver de Franco y el Valle de los Caídos es muy útil para entender en qué consiste el régimen que impera en España. Que la memoria histórica sea una arma arrojadiza entre las derechas y las izquierdas estatales  solo puede ser posible porque la Transición, evitando la ruptura con la dictadura, validó al fascismo como una ideología más de las que se pueden escoger en el catálogo.

Pero que el partido más votado en España, el Partido Popular, fuera fundado por personalidades prominentes del franquismo es solo una pieza más del rompecabezas. Toda esta retórica de no remover demasiado el pasado y de mirar adelante, como lo hacen los animales de carga, va mucho más allá de los gustos de una facción ideológica y tiene más que ver con los supuestos consensos que "nos dimos entre todos".

Circulan varias entrevistas del anterior Monarca español deshaciéndose en elogios hacia el golpista de Ferrol. En una de ellas explica en francés como el dictador, antes de morir, solo le pidió que preservara la unidad de España y no que evitara la aparición de un sistema parlamentario. El Valle de los Caídos es mantenido por el Patrimonio Nacional, el mismo organismo que gestiona todos los palacios de la Monarquía española y que depende del Ministerio de la Presidencia. Todos los días hay flores frescas sobre las tumbas de Franco y José Antonio, pero no se permite tomar fotografías como si hubiera algo que esconder.

Hace pocos días trascendió una fotografía de Felipe VI enseñando el 'Guernica' de Picasso a Obama y todavía no sabemos si le explicó que probablemente no podría ostentar la Corona si no fuera por aquel bombardeo despiadado y los que le acompañaron.

Si España es el segundo país del mundo con más fosas comunes sin abrir y el mausoleo del responsable de todo eso es conservado por el erario, no es para evitar reabrir las heridas del pasado, sino para esquivar las preguntas sobre la legitimidad del presente.