IDEAS

Dame wifi y acabarás en mi novela

Karl Ove Knausgard, máximo representante de la novela autobiográfica.

Karl Ove Knausgard, máximo representante de la novela autobiográfica. / periodico

Miqui Otero

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Cuando la gente siente la necesidad de informarnos de que el bebé, un año recién cumplido, se parece más a su madre, yo íntimamente me consuelo pensando: ya, pero tiene la mirada de su padre. Y no me refiero al color de sus ojos, sino al modo en que de la forma más olímpicamente desprejuiciada observa a desconocidos en lugares públicos. Si eres un ejecutivo que tontea con una mujer y cuando ella busca un kleenex en el bolso tú te intentas sacar la alianza, clac, te ha visto. Si parece que estás muy atento a lo que te explica tu tutor, pero llevas un buen rato intentando convertir tu nariz en una explotación minera, mi bebé ha archivado ese 'fracking' nasal. Si aprovechas que tu amigo ha ido al baño para espiar su móvil o darle un discreto sorbo a su quinto, miserable, tienes suerte de que mi hijo aún no sabe hablar nuestro idioma (de momento solo tararea en alguna lengua balcánica, como si optara a Eurovisión), porque el caso es que podría cantar 'La Traviata' cuando él volviera. “Eso, hijo, tú presta tu oído a todos y tu voz a unos pocos”, le susurro, como el personaje de Shakespeare al joven que emprende un viaje.

Quiero pensar que es un don heredado, ya que llevo toda mi vida recibiendo broncas de mis seres queridos por comprometerlos en público mirando descaradamente a otros. “Ten cuidado o acabarás en mi novela”, ponía en una libreta que me regalaron. Quizás, como esos adolescentes regordetes que se hacían raperos de ropas anchas, me dedico a escribir como una forma de justificar que, desde la edad de mi hijo ahora, miro la vida como si fuera una película y a los desconocidos como si fueran personajes.

Ahora cualquiera con un móvil hace lo mismo. "Como un Shakespeare con wi-fi", se ha escrito sobre Rosey Blair, el último éxito viral en la red. Esta actriz desconocida y su novio le pidieron a una chica en un avión que les cediera su asiento para poder ir juntos. “Quizás ahora te sientes con el amor de tu vida”, bromearon. Desde ese instante, se dedicaron a espiar, y a retransmitir vía Twitter, cómo la desconocida interactuaba con otro tipo en los asientos de delante: sus brazos en contacto, su compartida profesión de entrenador personal y su bebida pedida a medias. Novelaron en tiempo real un posible romance, tirando fotos de cómo sus brazos entraban en contacto y transcribiendo su conversación. Blair ganó decenas de miles de seguidores y ha acabado asistiendo a programas televisivos de máxima audiencia explicando esta historia.

Hace unos días leía a un articulista de 'The Guardian' que se preguntaba sobre si la manía de los textos autobiográficos derivaría en el fin de la novela y de la capacidad de los escritores para fabular, para explorar vidas ajenas o inventar mundos nuevos. Parece que cualquiera con un móvil lo desmienta. Si no fuera porque ese 'voyeur' anónimo parte de la idea de que cualquier persona puede ser un extra de la novela en la que el autor aparece haciéndose selfies y más que lectores busca seguidores. En la que se comporta como un niño maleducado que espía a otros porque busca llamar la atención.